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Sus compañeras la creyeron desolada; pero ella mostrose, por el contrario, muy alegre, porque aquella circunstancia le proporcionó un motivo para escribir al Conde, diciéndole que necesitaba pedirle un favor y rogábale tuviese a bien pasarse por su casa.

El que fingìa ser Papa, y compañeros, Jamas nos esperaron en la guerra; Que aunque suele traer muchos flecheros Y sale muchas veces de su tierra, Por saber ya que son arcabuceros, En los bosques, y montes bien se encierra. El Guayraca, que hizo palizada, Quedó muerto, y su tierra desolada.

Fuimos navegando sin alejarnos mucho de la costa; de cuando en cuando nos sustituíamos, y uno descansaba de remar. Como habíamos perdido la costumbre, las manos se nos hinchaban y despellejaban. El país que se nos presentaba ante la vista era una tierra desolada, con colinas bajas y pantanos cerca de la costa. A lo lejos se veía el humo de alguna quinta aislada o la ruina de un castillo.

Prométame que no será ésta la última vez que vendrá murmuraba desolada, usted es buena, tía Silda, y dispensará a mamá: ella es así, pero en el fondo, la quiere... ¿Vendrá pronto? ¡y si no, porque no estaremos, yo iré a visitarla a su casa, iré con muchísimo gusto, tía! La señora retribuyóla sus caricias, prometiéndola cuanto quiso pedirla...

En este rectángulo, mucho más bajo que el centro del cementerio, no vieron árboles ni platabandas. El suelo estaba totalmente ocupado por la muerte; las tumbas se apretaban entre las galerías del claustro. Embellecía el abandono este rincón con desolada poesía.

En estos momentos de desesperación pensaba en El bachiller, de Julio Vallés, una de las obras que más le habían impresionado, por ver en ella la negra historia de su existencia. Acudía a su recuerdo la dedicatoria del libro, desolada, de inmensa tristeza: «A todos los que, nutridos de griego y de latín, están muertos de hambre

¡Ay, no, no; lo que es eso no! exclamó la Mazacán muy desolada . Por nada del mundo renuncio yo al gustito de hacerla rabiar un rato... ¡Pero si eso no puede ser cierto!... ¡Si todo podrá arreglarse! Pues mientras usted lo arregla, nosotras nos divertiremos...

Y la tía, sin soltarle, repitió su pregunta desolada: ¿Qué has hecho? ¿qué has hecho? ¡Alguien te ha aconsejado mal, te ha arrastrado al crimen, porque has sido siempre bueno, has sido honrado, honrado como tu padre y como tu abuelo! Tía, ¡por Dios!

Hacía dos semanas que estábamos en el Antioquía, con la mirada invariable al Norte, esperando, esperando siempre, cuando la misma tos de gigante resfriado, el mismo quejido de foca desolada, se hizo oír al Sur.

Currita respiró ya tranquila, viendo cortada por completo, gracias a sus manejos, la larga cola que había profetizado Butrón a su nombramiento de camarera; su consecuencia política quedaba fuera de toda duda, produciendo, entre otros resultados, tres pequeñeces diversas: Una madre desolada. Un alma en el infierno. Y la moda de los guantes distintos.