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La barraca y la fortuna del odiado intruso alumbrarán tu cadáver mejor que los cirios comprados por la desolada Pepeta, amarillentas lágrimas de luz. Batistet regresó desesperado de su inútil correría. Nadie contestaba. La vega, silenciosa y ceñuda, les despedía para siempre. Estaban más solos que en medio de un desierto; el vacío del odio era mil veces peor que el de la Naturaleza.

Á estas palabras, que Marenval decía por primera vez delante de aquella madre desolada, la señora de Freneuse se irguió, se puso encarnada y dijo con repentina vivacidad: Marenval ¿qué significa esto? Jamás ha estado usted tan afirmativo... Hay más; yo acusaba á usted de no participar de nuestra ardiente convicción.

Y alzó los ojos, desolada, al cielo, como buscando amparo en el altura; cual si un horrible apenador recelo de su amor y su encanto tras el velo la hiciese presentir la desventura.

Allí iba la huérfana desolada, con el rostro oculto entre las manos. Las demás personas que iban con ella se reían de verla así. Lázaro la nombró, la llamó dando un fuerte grito, y sin darse cuenta de ello corrió tras el coche larguísimo trecho, hasta que el cansancio le obligó á detenerse. La diligencia desapareció.

en la niebla del recuerdo melancólica perdura desolada la memoria que en un vuelo de amargura reconstruye la sangrienta florescencia de tu duelo, no perturbe de tu llanto la corriente inagotable 10 la salmodia del tributo que se eleva inmensurable de la patria, en la piadosa gracia cándida de un vuelo.

Al fin, los solícitos cuidados y la fuerza de su constitución triunfaron de la enfermedad. Huberto había ido a enterarse del estado del enfermo, pero cada vez más se sentía helar a la vista de aquella casa triste y de aquella familia desolada. Además, los informes que recibía sobre la cristalería aumentaban su reserva y su circunspección.

El entusiasmo fué su gran energía, lo mismo en la miseria desolada, sin más fortuna que su absurdo chaquet que en las horas efímeras de prosperidad. Siempre hablaba a gritos, de literatura, de teosofía, aquel buen hombre franco, bebedor y mujeriego todo lo que fuese desbordamiento de emoción y de romanticismo que, a pesar de su cabello cano, tenía en los ojos tan riente derroche de juventud.

Ella me miró, como para penetrar el fondo de mi pensamiento, y replicó: Estoy desolada... pero perdóneme usted mi abominable egoísmo. Es una dicha que sus sospechas hayan recaído en otra, porque yo me voy a casar con Máximo. Lo . Me temblaban las manos y los labios, y mis nervios, en intolerable tensión, me dejaban apenas fuerza para hablar.

A su hospitalidad acudían lo mismo por blanco pan el miserable que el alma desolada por el bálsamo de la palabra que acaricia. Su corazón reflejaba, como sensible placa sonora, el ritmo de los otros. Su palacio era la casa del pueblo. Todo era libertad y animación dentro de este augusto recinto, cuya entrada nunca hubo guardas que vedasen.

Entretanto el caserío tomaba, con la hora, desolada blancura de huesos en el yermo, y toda la ciudad, mirada a distancia, a través de la vibradora penumbra, parecía una ciudad de otro mundo, una ciudad fuera de la vida y del tiempo, mística y anhelosa como los salmos. En la parte más elevada, sobresalía el Alcázar bañado en melancólico reflejo crepuscular.