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Era necesario una nodriza. Por falta de una, Blanca había perdido un baile del club y otro baile particular y hacía semanas que se limitaba a sus excursiones íntimas con la madre. Estaba desolada y con un humor irascible. El pobre tío pagaba aquellas intemperancias que le eran tan propias. No era capaz aquella mujer de comprender el amor de madre en toda su sublime expresión.

Entonces invadió a mi alma una melancolía que el silencio de aquellas alturas, envolviendo a Pekín, hacía más desolada; era como un cansancio de mismo, un largo pensar de mi sentir; allí, aislado, absorto en aquel mundo duro y bárbaro.

En aquel momento sonó una detonación, y poco después se oyeron las voces de los criados que gritaban: ¡Fuego! ¡fuego en la cámara de su excelencia la señora condesa! ¡Eso es que Quevedo se me escapa! exclamó doña Catalina. Y corrió desolada al lugar del incendio. Entre tanto el conde sacó del bolsillo una carta, la retorció y la puso á la luz. Aquella carta ardió.

¿Sólo para eso? repitió la de Ribert mirándome con atención. ¿Está usted segura de su imaginación y de su corazón, Magdalena?... No comprendo exclamé estupefacta. La de Ribert me besó con efusión por toda respuesta. Decididamente, cada vez comprendo menos... 1.º de enero 1904. El mes de enero ha hecho su aparición esta mañana. La abuela está desolada.

Abrí la boca para contestarle agriamente, pero contúvome la prudencia, pues pensé que por vengarse y contrariarme, era muy capaz Susana de chamuscar el pavo. Poco tiempo después pasamos al comedor, y no pude menos que echar una mirada desolada sobre los tapices sucios y usados que caían en jirones. ¡Y luego Susana tenía un modo tan original de tender la mesa!

Amparo volvió a casa desolada, impresionada fuertemente; se encerró en su aposento, y yo respeté su dolor. Me vi obligado a continuar durante algunos días mi antiguo papel de hermano. Al fin, una mañana, Amparo me dijo: Siéntate a mi lado, Luis. Me senté en el sofá junto a ella. Necesito que me expliques me dijo ciertas cosas que no comprendo bien.

Nadie, sin embargo, lloró con más ternura, tuvo más honda pena por la muerte del P. Enrique que la persona que tenía o creía tener indicios de que él no había sido santo del todo. Doña Luz durante los primeros días estuvo desolada. Acrecentaban su pena singulares cavilaciones.

Representaba un paisaje de encrucijadas en una región campestre llana y más bien desolada, con una casita solitaria, que probablemente había sido en un tiempo una casa de portazgo, de altas chimeneas, situada sobre la orilla del camino real, teniendo al costado un pequeño jardincillo rodeado de reja.

Por esa senda desolada y triste que recorren tan sólo ángeles malos, senda fatal donde la Diosa Noche ha erigido su trono solitario, donde la inexplorada, última Thule esfuma en sombras sus contornos vagos, con el alma abrumada de pesares, transido el corazón, he paseado... ¡He paseado en pos de los que huyeron fuera del Tiempo y fuera del Espacio! TRADUCIDO POR J. P

Conmovida más profundamente de lo que hubiera deseado, permaneció largas horas despierta, gozando unas veces en hacer revivir los incidentes que le habían revelado la pasión de Juan, y desolada en seguida y llena de remordimientos ante la idea de lo que creía ser su defección respecto a Huberto. Muy adelantada estaba la noche, cuando le pareció oír gemidos.