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¿Y el señor Desmaroy, le autoriza a usted igualmente? preguntó el cura con tono bastante irónico. Se lo ruego a usted, señor cura, dejemos al señor Desmaroy en paz por ahora, y hasta pasado mañana imploré más con la mirada que con la palabra. Hoy me propongo aumentar mi ciencia del celibato y cuento con usted para ayudarme, ya que ha venido.

Mi amor a las solteronas no me impedirá, probablemente, volver a empezar dentro de poco la ceremonia de los últimos días con otro caballero. ¿No te ha curado el señor Desmaroy de esa buena voluntad? preguntó Genoveva sonriendo. No, ese señor ha respondido simplemente a la pregunta que yo había hecho al señor Boulmet. «¿Tiene corazónHa resultado que tenía más del necesario, y no ha habido más.

Boulmet estaba radiante y, con una gracia antigua, solemnizada por cuarenta años de notariado, nos presentó al señor Desmaroy como un ferviente aficionado a antigüedades, lo que trajo a los labios de todos una leve sonrisa... Desmaroy, muy en su papel, no parecía cortado para un hombre en su caso, y se resignó con visible buen humor a ver todas las antigüedades posibles, incluso mi persona.

La abuela no hace ninguna alusión al señor Desmaroy, y yo sigo su ejemplo, contenta por escapar, durante algunas horas, al pensamiento mortificante del cambio que se prepara.

¡Mi traje de boda! exclamé con estupor. Dios mío, todavía no estamos en ese caso. Ante la cara de contrariedad de la abuela, contuve la risa, pronta a escaparse. La abuela, seguramente no puede imaginar que yo pueda desagradar al señor Desmaroy, y no se le pasa tampoco por la cabeza que yo pueda renunciar a un partido tan soberbio.

Y el señor Desmaroy mira, toma a peso, aprecia y estima. Ni una sola vez habla del valor artístico del objeto designado... No... vale tanto o cuánto. Su admiración no empieza hasta los 100 pesos; hasta esa cifra hace un gesto desdeñoso. Es halagüeño para ... Si soy pesada en la misma balanza, qué ideal...

Desde este momento mi cerebro se despeja, póngome alegre y sonriente, la preocupación desaparece y me encuentro libre... ¡Dichosa sensación!... Ya no hay pretendiente, ni estudio, ni cuidado, ni veo en el señor Desmaroy más que un aficionado a antigüedades... Mi buena querida abuela está encantada viendo aquel cambio repentino y la visita se acaba con todas las apariencias de un acuerdo cordial.

5 de noviembre. La abuela ha reanudado sus días de recepción hoy, primer jueves de noviembre. Muy de mañana he tenido una larga conversación con la abuela, a propósito del señor Desmaroy, y aproveché sus buenas disposiciones, causadas por mi docilidad para sus proyectos, para formular algunos deseos, el primero de los cuales era continuar mis estudios sobre las solteronas.

Ni bajo ni alto, ni gordo ni delgado, Desmaroy tiene unas señas personales que corresponden a no pocos ciudadanos franceses... Es de los que se dice: frente regular, nariz regular, etc... Sólo su mirada autoritaria y su barbilla testaruda ofrecen algo bastante característico. Desmaroy no es ciertamente un cualquiera y hasta estoy dispuesta a creer que posee cualidades eminentes.

Una aventura no muy lejana ocurrida al señor Desmaroy y descubierta por el padre Tomás, encargado por la abuela de comprobar los informes del notario, ha puesto fuego a la pólvora y apresurado el no final. La abuela ha suspirado un poco por la forma al pronunciarle categóricamente, pero su negativa ha sido espontánea porque no podía prescindir de la cosa... Boulmet se ha mostrado menos fácil.