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También conocía él este palacio, puramente de aparato y deshabitado, pues el príncipe reinante, en las cortas visitas á sus dominios, prefería vivir en su yate. Primeramente llamó su atención la guardia del edificio. Los soldados de Mónaco, viejos gendarmes franceses, habían partido á la guerra, y una milicia nacional se encargaba de sustituirlos.

Abajo extendíase el rojo caserío moderno del Terreno, y más allá, al extremo del cabo, el antiguo Puerto Pi, con su torre de señales y las baterías de San Carlos. Al otro lado de la bahía perdíase mar adentro, en las brumas flotantes del horizonte, un cabo de obscuro verde y peñas rojizas, sombrío y deshabitado.

Durmió media hora, y, durante ella, soñó mil disparates: ahora se encontraba en un inmenso palacio deshabitado, donde cierta sombra, que vio cruzar, le causó un terror extraño, que jamás había sentido: ahora se iba a batir dentro de una iglesia con un hombre que no conocía, y que resultaba ser D. Valentín, el tío de Maximina, el cual, sin saber cómo, se convertía en gato y se arrojaba sobre él, clavándole las uñas al cuello: después se vio en medio del mar, flotando como una boya, a merced de las olas, sin esperanza de que nadie viniese a socorrerle.

De la índole nativa depende que este crecimiento sea en buen o mal sentido, y es evidente que los colosos del trabajo, así como los grandes criminales, han nutrido su espíritu en una niñez solitaria. El árbol salvaje, juguete de los vientos en deshabitado país, adquiere un vigor notorio.

El palacio de Pésaro, como todos los del Gran Canal, está solo y triste, deshabitado y en abandono; hanse ya casi extinguido las familias de los senadores y de los duxes: como falta la patria falta todo: los palacios portentosos que allí abundan se venden por insignificantes cantidades: la célebre Taglioni posee tres en el Gran Canal: con lo que la han costado apénas podrian pagarse los cimientos de uno solo.

El cuarto de esta quinta que os detiene está deshabitado, y imposible en él vuestra salida mientras no juréis, con la seguridad que los bien nacidos empeñan palabras, y las firméis de vuestro nombre, no partiros de nuestra corte sin licencia mía, no revelar á persona estos secretos, y conjeturar por señas cuál de las tres primeras damas es la que en palacio os apetece amante

No se conocía en todo el contorno, ni acaso en toda la provincia, casa infanzona más linajuda ni más vieja, y a cuyo nombre añadiesen los labriegos con acento más respetuoso el calificativo de Pazo, palacio, reservado a las moradas hidalgas. Desde bastante cerca, el Pazo de Limioso parecía deshabitado, lo cual aumentaba la impresión melancólica que producía su desmantelado palomar.