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Ni deseos tenía, porque de la tierra deseó poco mientras estuvo en ella, y lo que Ana le hubiera pedido a la tierra, de seguro que en ella no estaba, y tal vez estaría fuera de ella. Ni sentía Ana la muerte, porque no le parecía a ella que fuese muerte aquello que dentro de sentía crecientemente, y era como una ascensión.

El recuerdo de su expulsión de la corte le hizo simpatizar obscuramente con este otro desterrado. Además, renacía en su interior una parte de la voluntad de la madre, con sus incoherencias y sus deseos confusos. El oficial de la Guardia prestó una atención de escolar á las doctrinas del revolucionario.

Una noche, pues, ardiendo más en tales deseos, que con la fiebre que interiormente le abrasaba, sintió que se acercaba una como multitud de gente que hacía gran estruendo y ruido, y era una cuadrilla de demonios que huía de la iglesia maldiciendo aquel santo lugar y á los neófitos que en él se estaban disciplinando, y llegándose á su choza le dijeron: «Mira, mira cómo se azotan los indios; ¿no ves con cuánta razón te predicamos que no te dejes engañar de las patrañas de estos malvados?

»Sucedió, pues, que, como el amor en los mozos, por la mayor parte, no lo es, sino apetito, el cual, como tiene por último fin el deleite, en llegando a alcanzarle se acaba y ha de volver atrás aquello que parecía amor, porque no puede pasar adelante del término que le puso naturaleza, el cual término no le puso a lo que es verdadero amor...; quiero decir que, así como don Fernando gozó a la labradora, se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahíncos; y si primero fingía quererse ausentar, por remediarlos, ahora de veras procuraba irse, por no ponerlos en ejecución.

Así lo pensaba yo al verme cogido y sujeto en tierra y al oírles animarse con risas espantosas á tirar del rodillo para triturarme... No tenía más que dejarlos hacer y, según mis deseos, estaba libre de la vida... Pero no qué instinto de conservación me sublevó contra el acto feroz de aquellos hombres y en un instante, en lugar de sufrir mi último suplicio, me defendí energéticamente.

Pues a pesar de esta falta de cultura, que a cualquiera parecerá ridícula, era un hombre que se imponía. Nunca entraban deseos de reírse de él. Había cierta energía en su acento y un desdén oculto detrás de su refinada cortesía, que infundían respeto y hasta miedo.

Vuecencia será servido en ese mandato como en todos lo que se digne manifestarme; pero creo, salvo el mejor parecer de Vuecencia, que es de alguna necesidad poner en su conocimiento las dificultades que hay que vencer para dar ahora cumplimiento a los deseos naturalísimos de Vuecencia. No veo esa necesidad, Simón. ¿Dónde está ella?

Bajar allí me estaba prohibido, y tampoco tenía deseos de ello, desde que, en la baraúnda de un día de mercado en que mi padre me había llevado, me vi casi aplastada entre las ruedas de un carro.

Después de sufrir Schack los exámenes jurídicos necesarios para actuar como abogado, ejerció esta carrera en Prusia, en los tribunales de Berlín. En el año de 1839 tuvo la fortuna, ansiada por él con extremo, de renunciar al manejo de los autos, que tan odioso le era, y satisfacer sus deseos vehementes de recorrer el mundo.

Y Teresa miraba ansiosamente a su altiva amiga al formular tales deseos. No necesitó más doña Manuela. Ella se encargaba de ser esa persona que, velando por la moral de la familia, devolviese el marido infiel a los brazos de la esposa resignada.