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Nuestro Lope recibió su primera instrucción en las escuelas de Madrid. Montalván refiere una anécdota que caracteriza el genio inquieto de este mancebo. Arrastrado de su deseo de ver el mundo, huyó de la capital en compañía de uno de sus amigos, que se llamaba Hernán Muñoz.

No otra cosa se había propuesto el astuto aldeano. Quedaron las cosas a medida de su deseo. Andrés no fue más al molino por las tardes ni menos visitó la casa. Con esto parecían desatadas aquellas relaciones que juzgaba, no sin razón, como un obstáculo para el logro de sus fines.

Prevaleció su deseo, aunque no por serlo de él, sino porque al ministro de la Guerra no le plugó mandar soldados a Lancia, considerando quizá la condición mansa de sus habitantes.

Saboreaba el goce del deber cumplido, cuando tras esta gimnasia de su voluntad pensaba en ella sin sentir el deseo de poseerla, una satisfacción de eunuco que contempla frío e indiferente, como pedazos de carne muerta, las desnudas bellezas tendidas a sus pies. Al principio de su vida en Madrid se creyó curado.

Mas si acaso, amado amigo, Prosigues esta contienda, Lleva este abrazo por prenda De que me llevas contigo. Lira, el cielo te acompañe: Vete, que á Leoncio veo. Y á ti te cumpla el deseo, Y en ninguna parte dañe. LEONCIO ha de estar escuchando todo lo que ha pasado entre su amigo MORANDRO y LIRA.

El marqués echó mano al bolsillo, y sacando la cartera y de ella un billetito de mujer, dijo con no poca solemnidad: Amparo me acaba de escribir esta carta. Deseo que te enteres de ella. Pepe no volvió siquiera los ojos para mirar el documento que su amigo le exhibía. Absorto en la tarea de atusarse el bigote con un cepillito de barba, repuso en tono distraído: ¿Y qué dice la Amparo?

Admiróse y congojóse en gran manera, y llamó a la gente de casa para que viesen la desgracia a Anselmo sucedida; y, finalmente, leyó el papel, que conoció que de su mesma mano estaba escrito, el cual contenía estas razones: Un necio e impertinente deseo me quitó la vida.

Eva era un ser razonable, capaz de las infinitas variaciones que forman el progreso, y por esto se dedicó á perfeccionar el arte del embellecimiento de su persona. Con el noble deseo de sostener la superioridad humana sobre los demás seres creados, se hizo un vestido nuevo todos los días.

Conservaba como precioso tesoro todas las frases de elogio que la prensa había tributado a sus obras. El único deseo, el único afán de su vida era que su hijo siguiese las huellas de su padre, fuese un hombre respetado por su talento e ilustración. Dios quiso colmar sus votos. Primero comenzó a ver alzarse ante sus ojos la imagen corporal de su marido reproducida en el hijo.

Todo iba, pues, a pedir del deseo en aquel día; y para que nada le faltase a don Alejandro, hasta recibió carta de Nachito; de Nachito, que anunciaba su salida de Madrid al día siguiente. Se detendría cuatro en la capital; y enseguida, de un tirón, a Peleches.