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Esquina a la plaza y a una de las calles que desembocaban en ella, había una casa más pequeña que cuantas la seguían en la fila. Debajo del balcón del único piso que tenía, y sobre la puerta principal, se leía, en un largo tablero coronado con las armas de España, lo siguiente: ESTANCO NACIONAL

Desembocaban los automóviles en el muelle a toda velocidad, viniendo a detenerse frente al buque, al otro lado de la verja. Junto con los pasajeros subían al trasatlántico grandes ramos de flores, cestos de frutas tropicales, monos y loros que saltaban sobre los hombros de sus nuevos dueños pugnando por libertarse de las ataduras que los retenían.

Varios de ellos, testarudos, como todos los borrachos, se resistían a embarcarse, tratando de acercarse a los barriles para beber un último sorbo. Los cuatro holandeses iban ya a traer a las chalupas a los demás chinos, cuando los salvajes, que desembocaban ya por las dos gargantas, entraron en el campamento con ímpetu irresistible.

Las calles de la ciudad que desembocaban en la ancha ribera eran todas de breve y pronunciada pendiente. Es la antigua barranca explicó Ojeda sobre la que construyeron los españoles la ciudad. Más allá todo es llanura igual, uniforme. Esta pendiente es la única que existe en Buenos Aires. Antes, el agua llegaba hasta ella. Las tierras por las que marchamos fueron ganadas al Plata.

Cuatro marineros daban la última mano en cada una al arreglo del aparejo, dirigiendo de vez en cuando miradas escrutadoras ora a la ría, bien a las calles que desembocaban en el muelle. Los señores no aparecían y la marea ya había bajado dos pies y medio. Alguno de los marineros expresaba sus impresiones desagradables por la tardanza con un rugido no bastante fashionable.

El gaitero con su gaita adornada con cintas de colores y el tamborilero desembocaban ya frente á la casa seguidos de un enjambre de niños. Allí se pararon para tocar la alborada. Los vecinos salían á las ventanas y á las puertas pintándose en todos los rostros la alegría.