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Seguía con la vista atentamente la marcha de un vapor que cruzaba por el horizonte sacudiendo su negra columna de humo. Al cabo de un rato quiso anudar la conversación. ¿De veras tienes miedo a la muerte? ¡Oh!, haces bien... Hoy el mundo guarda para ti su sonrisa más amable... Ni una sola nube oscurece el cielo de tu vida... ¡Dios quiera que no llegues a desearla nunca! Y , ¿tienes miedo, di?

El suspiro, además, el anhelo y el deseo, aunque nunca se logren, implican algo de ofensivo para la mujer deseada: son la infracción de un mandamiento cuando esa mujer es de otro. Y con doña Beatriz tal era el respeto y consideración que quería se le tuviese el Conde se enojaba de que alguien pudiera imaginar que él se atrevía a desearla.

Una república prosáica, tal cual Vd. parece desearla, tendria mucha semejanza con aquella pálida mansion de los héroes de la antigüedad, que el Dante nos describe en su Infierno: imágen debilitada de la vida, en que las sombras vagan sin esperanzas de un bien mejor, llorando la pérdida de una felicidad que nunca conocieron.

Ya no era aquella muchacha bonita, pero débil y delicada, que tenía horror al oscu, no queriendo enseñar lo saliente de sus clavículas. Los cinco años de separación habían hecho de ella una mujer adorable, espléndida, con las redondeces, el color y la suavidad de un fruto de primavera. ¡Lástima que fuese su mujer! ¡Cómo debían desearla los que no estaban en su caso! , señora.

Pues bien: 100.000 por año harían en diez años un millón de europeos industriosos diseminados por toda la República, enseñándonos a trabajar, explotando nuevas riquezas y enriqueciendo al país con sus propiedades; y con un millón de hombres civilizados, la guerra civil es imposible, porque serían menos los que se hallarían en estado de desearla.

Sus oídos, hechos a la lisonja, no escucharon nunca frases que la turbaran; nada la hicieron sentir aquellos hombres que podían desearla como joya colocada al alcance de sus manos, y ahora ella ponía espontáneo y terco empeño en recordar los dichos más sencillos, las más insignificantes galanterías de un pobrete, a quien aterraba un gasto de cinco mil reales.

El mal éxito de su primera tentativa para alcanzar la libertad no había abatido á Cervantes; al contrario, la desgracia lo excitaba más á desearla, si es cierto que la libertad, como él indica, es el don más precioso que el cielo concedió á los hombres, y por ella, lo mismo que por el honor, se puede y se debe aventurar la vida, y que la prisión, en cambio, es el mayor mal que puede suceder al hombre.

Nació víctima, y su verdugo le persigue enseñándole el dogal, así debajo del dorado artesón, como debajo de la rústica techumbre de ramas. Pero si se considera luego la vida de Madrid, es preciso cerrar el entendimiento a toda reflexión para desearla.

Piadosamente recogió el Padre Ambrosio y puso por escrito aquellas confidencias, que ahora trasladamos aquí y que son como siguen: Veo con claridad, Padre Ambrosio, que la hora de mi muerte se aproxima. La veo sin desearla y también sin temerla. Rara vez la duda ha entrado en mi espíritu, y menos aún ha entrado en él una negativa convicción.

La Condesa, pues, se sometió a la voluntad del Altísimo y esperó tranquila, y esforzándose por no desearla, la muerte de su marido, antes que la suya llegase.