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¡Oh! no me digáis eso... porque sería muy desdichada... dejemos, dejemos más bien este asunto... soy franca con vos; estoy aturdida; ¿queréis que os cante la canción que he estudiado para esta tarde? seréis el primero que la oiga... lo que no es poco favor añadió sonriéndose ; así nos distraeremos los dos... vaya... ¡si esto parece una brujería!

Adiós, señor, la desdichada á quien conocéis y que no os maldice, porque no sabe maldecir; que no os odia, porque no sabe odiarDespués de escrita esta carta, la duquesa la guardó cuidadosamente, envolvió cada suerte de letras de las que había cortado en su papel correspondiente y las guardó, cerró asimismo el libro de devociones, y se acostó.

Por fin, la Sánchez puso en su mano los billetes... ¡Oh!, ¡qué descanso sintió en su alma la desdichada señora!... Por si a la diablesa se le ocurría quitárselos, decidió marcharse sin tardanza. «¿Qué, se va usted?». Es muy tarde. No puedo perder ni un minuto. Ya sabes que te lo agradezco mucho. ¡Ah!... ¿Quieres que hagamos un recibito?

Esta mañana dijo me contásteis una historia muy triste. Margarita, cuando estaba más loca, llamaba á su hermano Luis... vos os llamáis Luis, padre Aliaga; hace muchos años que pasó esto, y entonces debíais ser muy joven; ¿sois vos, acaso, el Luis que recordaba Margarita? Me habéis dicho que la hija de esa desdichada se parece mucho á su madre; cuando la vea podré deciros... ¿Queréis verla?

Encontrarle ahora, en la soledad de la calle, le alegró; se sentía tan oprimido por la angustia, que necesitaba el desahogo de una confidencia, y a nadie sino a él hubiese querido encontrar; se hubiera avergonzado de comunicar su desdichada situación a cualquiera de sus actuales amigos. Volvió Lagos la cabeza, reconoció a su antiguo compañero y le estrechó fuertemente la mano.

Pero no la amo, no la amo y no quiero nada de ella... Si esto continúa llegaré a odiarla dijo exasperándose de nuevo. Por otra parte, la haría desdichada, horriblemente desdichada; ¡vaya un porvenir! Al día siguiente de la boda estaría celosa y no tendría razón. Pero seis meses después la tendría y le sobraría. Y la plantaría en ese punto: sería implacable. Me conozco y estoy seguro de eso.

La desdichada se empeña con toda la energía de su alma en dominar su inclinación, declarando á Don Alvaro, con fingida frialdad, que se casó con su esposo por deber y por amor. Durante esta entrevista se oye un cañonazo: es la señal que anuncia la partida de Don Juan; Serafina se apresura á acompañarlo á su patria, y Don Alvaro se queda en Gaeta sin esperanza.

Luisa deliraba; sus hermosos ojos azules, en vez de objetos reales, no veían mas que sombras, ya danzando por la meseta, ya suspendidas de la maleza, ya posadas en la antigua torre. ¡Aquí están los víveres! exclamaba de vez en cuando la desdichada joven.

En fin, mi desdichada madre resistir no pudo a tanta miseria, a tanto dolor, a tal quebranto, y ya lo habéis visto, vos me habéis acompañado cuando la conducía al lugar de su reposo; junto a habéis estado cuando la horrenda y negra tierra de la fosa de ella me ha separado, y en vuestros brazos me habéis sostenido cuando, arrebatada por el insoportable desconsuelo de mi alma, creí también para llegada la última hora.