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CELIO. Es un ángel. D. TELL. Bien se ve, Celio, que hablas Con pasión. CELIO. Alguna tuve. Mas cierto que no me engaña. D. TELL. Hay algunas labradoras Que, sin afeites ni galas, Suelen llevarse los ojos, Y a vuelta dellos el alma; Pero son tan desdeñosas, Que sus melindres me cansan. FELIC. Antes, las que se defienden Suelen ser más estimadas. Vanse, y sale NU

Tus miradas desdeñosas pasaban por encima de como si yo no hubiera existido. ¿Qué edad tenías entonces? Ella vacila un instante, y responde a media voz: Catorce años y medio. ¡Ah! entonces... dice él riendo. Pero estaba muy crecida... completamente desarrollada en aquella época replica ella vivamente. No habrías comprometido tu dignidad haciéndome dar una vuelta o dos por la sala. ¡Bueno!

A todo esto, la pobre desdeñada niña, que había estado observando a las otras durante su breve diálogo, mirando de reojo y mordiéndose las uñas, cuando las vió sentadas se dirigió hacia ellas paso a paso, con la cabeza gacha; y al estar a media vara de las desdeñosas, se dejó caer al suelo lentamente y se puso a deshojar las florecillas del césped, sin arrancarlas, flechando ojeadas de través de vez en cuando al grupo, y sorbiendo muy recio el aire con las narices.

Soledad recibió sin pestañear la rociada de injurias que le escupió á la cara. Cuando hizo una pausa se volvió sin responder palabra y salió de la estancia. Al trasponer la puerta dejó escapar un sollozo ahogado. Velázquez siguió todavía largo rato vomitando cólera. Mil frases desdeñosas, infamantes, salieron de su boca después de quedarse solo. Al cabo se calló.

Llevada á feliz término esta obra de caridad y de elocuencia se subió al columpio. Mientras Velázquez iba de grupo en grupo haciendo penar á mocitas y casadas con sus palabras, humildes y desdeñosas á un tiempo, y el atractivo de su elegancia, Manolo Uceda se había acercado al de Soledad y María-Manuela. Quiso entablar conversación aparte con la primera, pero no pudo conseguirlo.

Luego imaginó abordarle ella misma en la calle y rogarle con pocas palabras frías y desdeñosas que no la molestase más. Cuando llegó la ocasión no se atrevió a hacerlo, aunque no pecaba de tímida: el trance le pareció grave.

Un cura pensaba yo, debe tener sobre el amor ideas erróneas y extraordinarias, porque puesto que no puede casarse, no puede amar. Sin embargo, Francisco I era casado y... no comprendo nada de todo esto, y tengo que saberlo. Existía tal caos en mis ideas que a pesar de mis desdeñosas prevenciones a cerca de la opinión de mi cura, resolví dilucidar con él este escabroso asunto.

Se oyeron como píos y aleteos, el ruido de una canariera cuando le ponen alpiste, y las chiquillas corrieron a rodear el tubo, mientras las grandes se hacían las desdeñosas, cual si las humillase la idea de que a su edad las convidaran a barquillos.

Era menester que todo el mundo viese patente el rendimiento de aquella mujer. Para ello no le escaseaba las palabras desdeñosas y las bromitas mortificantes en cuanto se le ofrecía ocasión.

Tienen la cabeza ancha, las antenas breves, los ojos saltones, las alas diáfanas. Son graves, sacerdotales, dogmáticas, hieráticas. Se reposan un momento; saludan un poco desdeñosas a los árades agazapados en las grietas; miran indiferentes a las hormigas diminutas que suben rápidas en procesión interminable.