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Mujeres hay asimismo no menos aficionadas a que todo se sepa, particularmente cuando son pretendidas y desdeñan y burlan a los pretendientes. Y muchas, cuando los pretendientes son muy estimados y famosos, aun echando a rodar todo respeto, con tal de hacer rabiar a las abandonadas rivales, dan, como suele decirse, un cuarto al pregonero, para que pregone y divulgue su fragilidad y sus amoríos.

Y lo que en él me inspira más afecto es que no fue un verdadero hombre de ciencia, frío y lógico, de los que usan la razón como único instrumento y desdeñan las otras facultades, sino un intuitivo, de más fantasía que estudios, semejante a Edison y a otros inventores de nuestra época, que tampoco son verdaderos hombres de ciencia y saltan del absurdo a la verdad, produciendo sus obras por adivinación, lo mismo que los artistas... Este hombre extraordinario y misterioso lo veo lleno de contradicciones y complejidades como un héroe de novela moderna; y lo prueba el hecho de que, transcurridos cuatro siglos, todavía se discute sobre su persona y no se sabe con certeza su origen.

Han procedido de aquí muchas reclamaciones, que hemos satisfecho con longanimidad lastimosa, por donde los rebeldes, al ver la protección triunfante que se les otorga y la condescendencia con que España la acepta y paga, desdeñan á España y reciben alicientes y estímulos para rebelarse contra ella.

En aquel país de dicha y despreocupación, las burguesitas no se desdeñan en enviar besos a los extranjeros, como las floristas de Florencia les arrojan ramos en sus coches. Si su padre las ve, las abofetea rudamente, en nombre de la moral, y esto da un poco de variedad al cuadro.

En el mundo oficial que frecuenta ha observado alguna vez que las mujeres no desdeñan su conversación ni su compañía. Además, nunca ha de ser tan loco que se case con una jovencita; mas si por acaso encontraba una mujer que se acercase a los treinta, agradable y simpática, nada se había de oponer a que pensase en el matrimonio.

Hacia el asado, sin embargo, la conversación se extravió, y dejando los laberintos literarios, hicimos una excursión atrevida hasta las más altas cimas del arte, bajo la dirección de Kisseler. Después, como cediendo a la atracción del vacío, dimos un inmenso chapuzón en el obscuro abismo en que lucha la metafísica contra las religiones, que la desdeñan, y contra la ciencia que la desprecia.

Más tarde, cuando Roma empuña el cetro de la literatura, sus poetas más insignes no se desdeñan de llamarse discípulos de los griegos, los estudian con veneración y los imitan con complacencia. Nada han desmerecido por eso á los ojos de la posteridad. La Eneida es una imitación de la Odisea, y sin embargo hace veinte siglos que embelesa al mundo.

Triste, apesadumbrado, como un náufrago que después de clamar en vano en la noche vacía y negra, arriba a playa desconocida, así llegó Martí nuevamente a New York. Pero tuvo un consuelo, una medicina que de los más graves males cura al hombre: las ternuras y cuida dos de su esposa que allí lo esperaba y los besos de su amado chiquitín, el hoy coronel de nuestro Ejército. Sacudió sus lágrimas calladas, escondió sus penas hondas, y comenzó a trabajar en la tierra hostil y ajena. El conocer a los hombres, tanto como los conocía, lo hizo superior a todas las pasiones: de ahí que pudo, entre gentes que miden, que desdeñan, que empujan, que desprecian, que viven con el apetito desmesuradamente abierto, pasear su amable cultura y oceánica bondad, y sacar a puerto y con honra, su divina existencia. Veamos cómo se abrió paso en el pueblo áspero y extraño. No era él de los soberbios que se impacientan porque no le conocen el talento, aprisa, ni de los pobres de espíritu que porque los visite el dolor, languidecen y desmayan o se despedazan el cráneo; sino de los de enérgica voluntad y firme intento: de los que vencen. Las alturas se han hecho para subirlas: en lo más elevado de ellas, crece, casi siempre, el laurel que da sombra a toda la vida.

Tuvo con su esposa largas y vivas pláticas acerca del asunto. Prueba irrecusable de que los grandes hombres, aunque solicitados por tantos y tan elevados pensamientos, no desdeñan por eso las cosas que tocan a la vida íntima, como vulgarmente se asegura. Su primer impulso fué despedir a Gonzalo y encerrar a su hija en un convento.

A la vara se le llamaba el gobierno de una casa; pero a la mujer briosa, como lo es la cordobesa, más le duele cuando la desdeñan que cuando le pegan: más la quebranta un desaire que una paliza. De todos modos, la mujer cordobesa, como las demás españolas, conserva siempre un manantial purísimo de consuelo para sus sinsabores y disgustos: este manantial es la religión cristiana.