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¡Echado! ¿Y quién es él para echarte? exclamó con ímpetu el ama. a llamarle. Es menester que yo caliente las orejas, lo mismo a ese necio que a Juanito. ¡Si nos descuidamos van a mandar en esta casa los criados más que los amos! Señora ... yo no me atrevo. ¿Quiere que le envíe recado por Fernando? Haz lo que quieras, pero llámale.

Pues bien: no sería completa mi enmienda si ahora no cuidara yo de dirigir a esta niña, para apartarla del peligro. Si nos descuidamos, fácilmente se nos irá por los caminos de su madre. EVARISTA. Mi parecer es que hable usted con ella... PANTOJA. A solas. EVARISTA. Eso pensaba yo: a solas. Hágale comprender de una manera delicada la autoridad que tiene usted sobre ella...

Si nos descuidamos un poco, en el monte se queda el sangriento botín de nuestra batalla, porque apenas despellejadas las fieras en el lugar, el sol, como si nada tuviera que hacer ya después de haber alumbrado tantas barbaridades, se envolvió la cara en crespones cenicientos que fueron dilatándose por la bóveda celeste, al impulso de un remusguillo que dio en soplar a media tarde.

¡Eh! ¡Eh! exclamó en aquel instante Van-Horn. Mientras nosotros nos descuidamos charlando, un ave de rapiña, o mejor dicho dos, tratan de darnos caza. ¿Qué quieres decir, viejo Horn? preguntó el Capitán. Que dentro de poco nos veremos obligados a disparar los fusiles, si antes no hallamos un refugio. ¿No veis a popa dos piraguas que hacen una maniobra sospechosa, señor Van-Stael?

Durante no breve tiempo, la atención del público inteligente, y, sobre todo, de las pocas personas que leen en España, se fijó con tal ahinco y con tan candorosa admiración en el movimiento intelectual de Francia, y quizá de algún otro país de los que en el día se consideran al frente de la civilización de Europa, que descuidamos mucho el conocimiento de nuestros autores, y aun llegamos á mirarlos con desdén, más ó menos encubierto.