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Sin duda para mostrarse más digno de su encumbramiento, D. Jaime acometió la arriesgadísima empresa que causó su muerte. Diecisiete años acababa de cumplir doña Mencía cuando se quedó viuda. Amarga y desconsoladamente lloró la muerte de su gentil e idolatrado esposo.

Pero cuando volvió el rostro para mirar una vez más hácia su casa, la casa donde se habían evaporado sus últimos ensueños de niña y se dibujaron sus primeras ilusiones de joven; cuando la vió triste, solitaria, abandonada, con las ventanas á medio cerrar, vacías y oscuras como los ojos de un muerto; cuando oyó el debil ruido de los cañaverales y los vió balancearse al impulso del fresco viento de la mañana como diciéndole «adios», entonces su vivacidad se disipó, detúvose, sus ojos se llenaron de lágrimas y dejándose caer sentada sobre un tronco que había caido junto al camino, lloró desconsoladamente.

Al quedarse sola, la duquesa lloró también, pero no con aquel llanto apacible y puro de la niña, sino amarga, desconsoladamente, con lágrimas tardías en brotar y abrasadoras al deslizarse por el rostro.

Ya sois bueno dijo Luisa , conocéis que habéis sido malvado, y queréis contentarme con regalos, como si con los regalos pudiera curarse el alma. Y Luisa se echó á llorar desconsoladamente; aquel llanto era por la muerte del sargento mayor á quien amaba, y con quien había pensado gozar fuera de España el dinero robado á su marido.

Publicaban desconsoladamente sus nombres diversas letras compungidas, de cuyos trazos inferiores salían unos lagrimones que figuraban resbalar por el mármol al modo de babas escurridizas. Por tal modo de expresión las afligidas letras contribuían al melancólico efecto del monumento.

Adriana propuso en su ánimo volver a aquella casa y lograr, siquiera con súplicas, la relación sentimental de la tragedia. Se la dirían llorando, y ella, la hija del hombre adorado, abrazaría a aquella hermana mayor y también lloraría a su padre desconsoladamente. Otro episodio se asociaba también al recuerdo de su visita a la familia de Aliaga.

Un día que estaban solos, como Miguel la mirase desde su taburete hasta comérsela con los ojos, le dijo con sonrisa burlona y placentera a la par: ¿Por qué me miras tanto, Miguelito?... ¿Te gusto? La vergüenza y la confusión se apoderaron del chico; se puso como una cereza y concluyó por llorar desconsoladamente como si le hubiese dicho alguna injuria.

Tendrás todo lo que quieras: ricos trajes, hermosas alhajas... ¡Ah! exclamó desconsoladamente Luisa. Y á , padre, ¿qué me daréis á ? dijo la Inesilla. A ti, hija mía, te daré un hermoso ajuar, un buen dote y te casaré con Cristóbal. ¡Ay, padre! y ¡qué bueno es vuesa merced! No lo cree así tu madre, que dice que se ha de vengar de .

Cuando la reprensión era más dura, se echaba a llorar desconsoladamente, llamándose desgraciado, diciendo que no le quería, que más le hubiera valido morirse cuando su madre, etc., etc. Aurelia, en vista de esto, había determinado callarse, padeciendo en silencio, llena de aprensiones y presentimientos tristes.