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No tiene aspecto muy sólido, pero sin embargo es bastante bueno. He realizado el sueño de mi vida. Nunca se debe desesperar de nada, hijita, nunca. Mirábalo yo, un tanto desconcertada, porque no podía negarme que mi imaginación me había representado un púlpito, como algo de grande y monumental.

La embarcación, al principio, parecía como desconcertada, como asombrada; avanzaba un poco, retrocedía, daba la impresión de una persona indecisa que quiere dar un salto y no se atreve. Al último cogió tan bien el viento, que se alejó, dejándonos estupefactos. Ya sabe ella dónde va dijo Allen, convencido. Al subir un montículo de arena volvimos la mirada hacia atrás.

«A ver, ¿qué tal?... ¿cómo es?... ¿es guapahabía preguntado doña Lupe a Nicolás con vivísima curiosidad. Aunque el insigne clérigo no tenía cierta clase de pasiones, sabía apreciar el género a la vista. Hizo con los dedos de su mano derecha un manojo, y llevándolos a la boca los apartó al instante, diciendo: «Es una mujer... hasta allí». Doña Lupe se quedó desconcertada.

Ella le lanza un nuevo proyectil; y él le dispara, pronto para la respuesta, un grano a la nariz. Ella se estremece, lo mira un momento toda desconcertada; y, al inclinarse el joven hacia ella, con el rostro más serio del mundo, lanza una ruidosa y alegre carcajada. ¿Qué pasa? dice Martín, arrancado violentamente a su somnolencia.

Tres minutos después, Isidora se unía a don José en la esquina de la calle, y marchaba hacia su casa con el alma llena de turbación, alegre de la victoria y triste de la pobreza, satisfecha y desconcertada, diciendo para : «Me ofende por que soy huérfana, y me insulta porque soy pobre; y a pesar de todo...». Capítulo XIV Navidad

»Me quedé estupefacta al verla así, y ella permaneció un instante sin acertar a pronunciar una sílaba y mirándome con la agonía en los ojos. »De pronto díjome con voz muy desconcertada, pero con gran energía: » Ya por qué no ha vuelto desde entonces... » Y ¿qué es lo que sabes, hija mía? preguntela con el alma suspensa. » ¡Todo..., todo!

Traté de reír, para que el general no reparase en la turbación de la Vizcondesa, que parecía herida por un rayo. Mire usted, mire usted prosiguió el general dando nuevamente libre acceso a su risa. La Vizcondesa no ríe... está desconcertada... y es que se reconoce culpable. ¡Oh! muy culpable murmuré interiormente. En aquel instante bajó Enrique, y poco después Cecilia.