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Mis amos gustaron de que les llevase siempre el vademecum, lo que hice de muy buena voluntad; con lo cual tenía una vida de rey, y aun mejor, porque era descansada, a causa que los estudiantes dieron en burlarse conmigo, y domestiquéme con ellos de tal manera, que me metían la mano en la boca y los más chiquillos subían sobre ; arrojaban los bonetes o sombreros, y yo se los volvía a la mano limpiamente y con muestras de grande regocijo.

Los escritores de los siglos XVI y XVII omiten muchas veces el sustantivo a que se refieren los numerales, cuando se trata de azotes o de ducados, reales u otra moneda: "poner la espalda y esperar ducientos", Rev. de Fil. Esp., III, 192. "Acomodáronme las espaldas con ciento", Quijote, 1.^a, XXII. "Viuda tan regalada Y que come descansada Tres o cuatro mil de renta."

En efecto, el valor moral de este matrimonio es harto discutible; mas para la muchacha, si se atiende a los ruegos de su madre, a sus quejas, hasta a su mandato; si se atiende a que ella creía por este medio proporcionar a su madre una vejez descansada y libertar a su hermano de la deshonra y de la infamia, siendo su ángel tutelar y su Providencia, fuerza es confesar que merece atenuación la censura.

El cual, hora es ya decirlo, no era tal Canónigo ni cosa que lo valiera, sino un seglar soltero, viejo y extravagante, a quien desde luengos años se había aplicado aquel apodo por su amor a la vida descansada, regalona y sibarítica. En sus buenos tiempos, D. Santiago Quijano Quijada, primo carnal de Tomás Rufete, había sido mayordomo de una casa grande, y después administrador de otras varias.

Ramón le dijo que estaban a 27 de junio, y que faltaban todavía siete días para la fecha de redención, el 5 de julio... ¿Cómo pasar todo ese tiempo para no impacientarse ni aburrirse?... Pues ahora fue la misma Lita quien invitó a su padre a ir todas las tardes a Palermo y al Jardín Zoológico, y hasta más de lo que él podía, por sus quehaceres... Y la mamá se apresuró a hacerle el gusto, gozosa de ver al fin a su hija querida descansada y contenta: ¿Cuándo llevaremos a los niños pobres tus colchas? le había preguntado un día su mamá.

Con estas malas impresiones subió Benina la escalera, tan descansada como lóbrega, con los peldaños en panza, las paredes desconchadas, sin que faltaran los letreros de carbón o lápiz garabateados junto a las puertas de cuarterones, por cuyo quicio inferior asomaba el pedazo de estera, ni los faroles sucios que de día semejaban urnas de santos.

¡Pero hija, qué líos traes siempre con el papel y la Bolsa y las acciones! exclamó Mariana. Pues los mismos que traerías si no tuvieses un marido tan activo que se encarga de calentarse la cabeza para que la tengas fresca y descansada.... Vaya, Pepa, no me eche usted piropos, que voy a ponerme colorado dijo Calderón.

Una mañana, al romper el día, D. Salvador, que había hecho noche entre Santa Ana y Chinche, después de haber dejado a su izquierda una pequeña población llamada Buenos Aires, cerca de Chancamayo, la que, según me decía, le había hecho acordarse de los porteños; una mañana, pues, se puso nuevamente en camino, con el espíritu alegre, la mula descansada y caliente el estómago con un trago de aguardiente.

El nuevo socorro de gente descansada detuvo algo á los vencedores, porque era lo mejor del ejército; pero repetido el nombre de San George cerraron con igual ánimo, y segunda vez vencieron á los Griegos, ganándoles sus alojamientos. Volvieron las espaldas Umbertos Polo Basilia, y el grande Eteriarca.

A me gusta la paz y concordia entre príncipes cristianos. Una vida descansada, mi misita por las mañanas con la fresca, mi corito mañana y tarde, mi altar mayor cuando me toque, mi paseíto por las tardes, y vengan penas». Cuando estaban almorzando, Fortunata no podía alejar de este comentario: «Si fue un bien que me adecentaras, estúpido, ya te lo he pagado y no te debo nada».