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Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas.

Finalmente, alzados los manteles, con gran reposo alzó don Quijote la voz, y dijo: -Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno.

Don Quijote, que lo vio, llegándose a ellas, dijo: -Ya yo de qué proceden estos accidentes. -No yo de qué -respondió la amiga-, porque Altisidora es la doncella más sana de toda esta casa, y yo nunca la he sentido un ¡ay! en cuanto ha que la conozco, que mal hayan cuantos caballeros andantes hay en el mundo, si es que todos son desagradecidos.

Toparás, de vez en cuando, hasta con desagradecidos, y verás que éste es el tropiezo que más duele y el que más obliga a cerrar los ojos para seguir adelante con el deber que uno tiene con Dios y con sus buenas intenciones; y obrando así, hasta llegarás a mirar a esos desdichados como a hijos que más necesitan por sus flaquezas, de amor y de la vigilancia del padre.

Se presentó un mensajero celeste, saltando de nube en nube, y gritó á Eva: Escucha, mujer: si no llueve esta tarde, es posible que el Señor venga á haceros una visita corta. ¡Ha pasado tanto tiempo sin ver la tierra!... Anoche, hablando con el arcángel Miguel, le dijo: «A veces me pregunto en qué habrán venido á parar aquellos dos canallas desagradecidos que teníamos en el Paraíso.

Mejor será que tiente usted al diablo, tía bruja. ¡Arre, fuera de aquí; móntese usted en el escobón y transponga al aquelarre! No es para tanto furor. Yo te lo proponía por tu bien y sin interés alguno. De desagradecidos está el infierno lleno. Rafaela se fue a la cocina refunfuñando. Juana volvió poco después de casa del cacique.

De cuando en cuando el perro contenía su agitada respiración y lamía suavemente las manos de Juanito moviendo con pausa la cola, como si quisiera decirle: No tengas miedo, hermoso niño, yo pertenezco a una raza que tiene la gratitud en el corazón: en mi familia no se han conocido nunca ni los traidores ni los desagradecidos.

Era liberal, sin que le arredrase el temor de hacer bien á desagradecidos, cumpliendo con aquel gran mandamiento de Zoroastro, que dice: "Da de comer á los perros" quando comieres, aunque te muerdan "luego."