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Mientras María participaba con el gran cantante de la desaforada ovación que le ofrecía un público, que de rodillas los veneraba humildemente, se representaba una escena de diferente carácter en la pobre choza de que ella saliera poco más de un año antes. Pedro Santaló yacía postrado en su lecho. Desde la separación de su hija no había levantado cabeza.

Eran los pastores. Luego, un grupo de garrochistas de afición, entre los cuales galopaba doña Sol, palpitante por esta carrera loca al través de las sombras, en la cual un paso en falso de la cabalgadura, una caída, significaba la muerte por aplastamiento bajo las duras patas del feroz rebaño que venía detrás, ciego en su desaforada carrera.

Todos hablaron a un tiempo, sin oírse, porque el tono elevado del coro era dominado por un enorme perro que nos ladraba de una manera desaforada y que dividía mi inspiración entre los deseos de atraerlo con buenas palabras o el de pegarle un tiro.

Todo eso, estará muy bien interrumpió Tiburcio, riendo como tenía de costumbre . Pero ¿a qué tanto rodeo? ¿A qué ir por tan extraviado camino hasta el extremo Sur de África? ¿A qué dejar atrás misterioso e inexplorado, este continente enorme, en cuyo centro, que nos fingimos abrasado, acaso esté el Paraíso que perdieron nuestros primeros padres? ¿A qué, en fin, dar tan desaforada vuelta y buscar el bien tan lejos, cuando le tenemos cercano?

Y aunque me quisiese, sería de otro modo que como querían las mujeres que Vd. cita para mi ejemplar escarmiento. Una señora, bien educada y honesta, en nuestros días, no es tan inflamable y desaforada como esas matronas de que están llenas las historias antiguas. El pasaje que aduce Vd. de San Juan Crisóstomo es digno del mayor respeto; pero no es del todo apropiado a las circunstancias.

Seguía a los tres un personaje de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido, con una negrísima loba, cuya falda era asimismo desaforada de grande. Por encima de la loba le ceñía y atravesaba un ancho tahelí, también negro, de quien pendía un desmesurado alfanje de guarniciones y vaina negra.

-Eso creo yo bien -respondió don Quijote-, porque he tenido con el gigante la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días de mi vida; y de un revés, ¡zas!, le derribé la cabeza en el suelo, y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra como si fueran de agua.

Confiese usted que ha sido una locura, un disparate, lo que ha estado usted haciendo. No niego yo que la Juanita es guapa, aunque más que de honrada mocita tiene trazas de desaforada marimacho o de desenfrenada potranca. Pecado y vicio sería ir allí solo y como favorecido vencedor; pero ir en competencia con Antoñuelo, francamente, yo no acierto a calificarlo.

La más desaforada piruja, la que, abusando de la lascivia senil y fomentándola con maña diabólica, llega a apoderarse del corazón y de las riquezas de un viejo chocho, ya suele mostrarse generosa para hacerse perdonar sus bellaquerías, aun sin tener el menor resquicio de bondad en su alma, ya para serenar su conciencia echa en la balanza de sus acciones alguna buena que sirva de contrapeso a las malas.

Pero, no había dado un paso en el patio, cuando alguien llamó a la puerta, y luego a la reja, con tal apresuramiento, que daba a entender la prisa que se traía. ¡Quilito! ¡Quilito! gritó la tía, corriendo desaforada al zaguán, en la esperanza que fuera el querido niño... No, no era Quilito: era un hombre alto, con muchas barbas, era Agapo.