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Ciertos críticos deploran, sin duda, que el drama no hubiese conservado la forma estrecha, que le imprimió en un principio Lope de Rueda; nosotros, al contrario, nos congratulamos de que el teatro español se haya librado de esta desdicha, y creemos que no ha sido el menor mérito de los poetas posteriores el escribir en verso sus obras, y embellecerlas con sus ricas y variadas modulaciones.

Se deploran la cancamurria y los hípidos de nuestros actores y, sin caer en la cuenta, parecen deliciosos el inaguantable martilleo de los actores franceses, su remilgada afectación y el continuo subrayar de palabras y frases á fin de que las agudezas sutiles penetren bien en las mentes obtusas del auditorio, lo cual hasta llega á ser ofensivo, ya que presupone tontería en el público y la necesidad de un embudo y de un cazo de bayeta para que trague lo más dificultoso y enmarañado.

Eran la reina madre Doña Leonor, las reinas de Aragón y Navarra, y la infanta Doña Catalina. Detrás de ellas venía el poeta Bocaccio, ceñida su frente de laurel. Las augustas señoras deploran después sucesivamente la malhadada batalla naval, y Doña Leonor excita á Bocaccio á cantar sus penas, ya que no era posible encontrar asunto más trágico y lúgubre.

Dicen exclamaba atribulado el Vizconde que nuestro siglo carece de ideal. Las personas que presumen de poéticas y delicadas deploran mucho esta carencia. ¿Puede imaginarse mayor majadería? Al contrario: en nuestro siglo hay plaga de ideales. Son una epidemia, casi estoy por llamarlos una epizootia, causa de mil infortunios, guerras, revoluciones y muertes.

Sin meternos en honduras, sin investigar qué es espíritu y qué es materia, cosas ambas en lo sustancial igualmente desconocidas, no queremos ni podemos negar cierta dosis de entendimiento y bastante sensibilidad a los brutos que harto saben dónde y cómo les duele y se quejan y lo deploran a su modo.

Al fin viene en persona el Hijo prometido para traer á su redil á los extraviados y plantar de nuevo la viña; pero se ve tan poco atendido como sus predecesores, y es arrastrado al suplicio con los mártires. La tierra tiembla, cúbrese de duelo la naturaleza, y hasta los gentiles deploran los sufrimientos del inocente.

Entonces todos los ojos se vuelven hacia Nolo de la Braña, que allá lejos seguía departiendo con Demetria sin acercarse al teatro de la lucha. Nolo le grita uno, Matías de Langreo nos ha vencido á todos. ¿Quieres probar tu fuerza? Si os ha vencido á todos, ¿por qué no ha de vencerme á ? replica con orgullosa malicia el héroe de la Braña. Todos deploran que no tome parte en el certamen.