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Sentados en el emparrado, alrededor de la mesa cubierta por un mantel blanco, no han hecho gran honor a la cena esa tarde, y sus miradas fijas en el suelo expresan un profundo sentimiento de bienestar. Martín, con la cara apoyada en las dos manos, saca de su pipa densas nubes de humo, lanzando de vez en cuando un sonido que participa de la risa y del gruñido.

A la caída de la tarde del diez y nueve, las densas nubes que perezosamente descansaban sobre los lejanos picachos de Mindoro oscilaron en el firmamento, rodando á los pocos momentos compactas por la celeste bóveda, al empuje del tan deseado SE. Nuestro horizonte poco á poco fué cubriéndose de los blancos copos desprendidos de la región de las puras brumas, destacándose entre aquellos algún siniestro nubarrón, arrancado por el viento del seno donde se engendra el rayo.

El río, a flor de ojo casi, corría velozmente con untuosidad de aceite. A ambos lados pasaban y pasaban sin cesar sombras densas. Un hombre ahogado tropezó con la guabiroba; Candiyú se inclinó y vió que tenía la garganta abierta. Luego visitantes incómodos, víboras al asalto, las mismas que en las crecidas trepan por las ruedas de los vapores hasta los camarotes.

7 Se hizo hermoso en su grandeza con la extensión de sus ramas; porque su raíz estaba junto a muchas aguas. 10 Por tanto, así dijo el Señor DIOS: Por cuanto te encumbraste en altura, y puso su cumbre entre densas ramas, y su corazón se elevó con su altura,

Cogió en esto el farol que le entregaba la mujer gris; y como yo, que ya estaba de pie, hiciera ademán de seguirle, echó por delante hacia la puerta y fuime tras él, medio a tientas, en cuanto salimos de la cocina, porque la desmayada luz del farol apenas se veía en las densas oscuridades de afuera.

Fernanda tenía dieciocho años; pálida, de ojos claros y grandes, fríos y como azorados entre las densas ojeras que los sombreaban; en sus labios gruesos que dibujaban una boca que podía llamarse grande sin injusticia, trazábase no qué vaga sonrisa, en la que un observador sagaz habría encontrado el amor y el desdén reunidos en un consorcio inexplicable; la cabeza era noble y altiva, sin embargo.

En el Borne se separaron con frío saludo, sin darse la mano. Cuando Jaime entró en su casa era casi de noche. Madó Antonia tenía sobre una mesa del recibimiento una candileja de aceite, cuya llama parecía hacer más densas las tinieblas de la vasta pieza. Los ibicencos acababan de marcharse. Luego de almorzar con ella y vagar por la ciudad, habían esperado al señor hasta el anochecer.

Y bajó en línea recta, arrastrado por sus zapatos nuevos, y en su caída al abismo de los barcos rotos y los esqueletos devorados, el cerebro, cada vez más envuelto en densas neblinas, iba repitiendo: Padre nuestro... Padre nuestro... ¡ladrones! ¡granujas! ¡Me han abandonado! Un silbido El entusiasmo caldeaba el teatro. ¡Qué debut! ¡Qué Lohengrin! ¡Qué tiple aquella!

No, si se arrima de esta banda, yo le diré cuántas son cinco. Y yo. Y yo. Así crecía la hostilidad y se amontonaban densas nubes sobre la cabeza de la apóstata, a quien por el color de su tez biliosa y de su lacio pelo, por lo sombrío y zaíno del mirar, llamaban Píntiga, nombre que dan en el país a cierta salamandra manchada de amarillo y negro.

Los vapores del lago, aspirados por el crepúsculo, suspendidos de sus rayos, se balanceaban sobre las aguas como un ligero crespón teñido de rosa, se levantaban poco a poco desde los pies del viajero hasta las más elevadas cimas y desplegaban ante él, sobre el horizonte, un telón inflamado que esparcía sobre todos los objetos el prestigio de su luz; después, más densas y más oscuras ya, nimbaban, en fin, aquel magnífico espectáculo en un dosel de púrpura y de oro cuyo esplendor únicamente palidecía ante los astros de la noche.