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Pues si te secas le contestó su tía, que hasta para consolar era regañona y desapacible , pues si te secas, ¡demonche!, mejor, ponemos un ama, y a vivir... Diga usted, tía, ¿ha venido mi marido? Segunda la miró asombrada. «¡Tu marido!... ¿sabes la hora que es? ¿Y para qué quieres que venga acá ese tipo?».

Y se lo hizo leer. Y entre Kempis y la Regenta, y el calor que empezaba a molestarle, y la prohibición de los baños le quitaron el humor al digno magistrado. Ya no leía, al dormirse, a Calderón, sino a Job y al dichoso Kempis. «¡Vaya unas cosas que decía aquel demonche de fraile o lo que fuese! No, y lo que es razón tenía, es claro; el mundo, bien mirado, era un montón de escorias.

Y Chinto se echaba dócilmente a la calle en busca de anís.... Volvía a presentarse la terrible comadre, toda fatigosa y sofocada. Vino... ¿hay vino? ¿Para ti? murmuraba sin poder contenerse la impedida. Para ti, para ti.... ¡Para ella, demonche, que bien necesita ánimos la pobre!... ¿Piensas que yo le doy desas jaropías de los médicos, desos calmantes y durmientes? ¡Calmantes!

¡Mira Amparo, tan adelantada en meses, y cómo ella trajina! Es el demonche. Ella sola levanta la piedra contestó Ana, con la reverencia de los débiles hacia la fuerza física. Mas la primera piedra era enorme: una losa de un metro de longitud y gruesa y ancha a proporción, y constituía un problema de dinámica al trasportarla sin auxilio de máquina alguna.

En cuanto al señor de Areche, refieren que volvió cogitabundo a ocupar su puesto en la mesa de tresillo, que en toda la santa noche no hizo jugada en regla, y que, por primera vez en su vida, cometió dos renuncios, prueba clara de la preocupación de su ánimo. ¡Qué demonche! Yo no soy maldiciente, pero en la historia hay hechos que lo sacan a uno de quicio.