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Los dos se habrían unido para siempre, pero no se habrían contentado con un tácito compromiso, habrían solicitado la sanción social y la divina, porque la ley moral quiere que el amor sea el fundamento de la familia: así no muere, o tal vez se transforma. Nosotros nos hemos conocido demasiado tarde. Yo no niego que se pueda amar más de una vez, principalmente de parte de los hombres.

Le besaba, se entretenía algunos instantes en charlar con él, y cuando le parecía que había robado demasiado tiempo al estudio de la sustancia gris, le decía empujándole hacia la puerta: Anda, chiquito, baja con tu abuelita, que yo no puedo perder un solo minuto. Dejole llegar hasta sus rodillas y le acarició distraídamente pasándole la mano por los cabellos.

Facundo se le presenta en su alojamiento con media de seda de patente, calzón de jergón y un poncho de tela ruin. No obstante lo grotesco de esta figura, a ninguno de los ciudadanos elegantes de Buenos Aires le ocurrió reírse, porque eran demasiado avisados para no descifrar el enigma. Quería humillar a los hombres cultos, y mostrarles el caso que hacía de sus trajes europeos.

Ella es más rica que yo, porque a una joven le cuesta más gastar mucho... ¡mientras que yo! ¡ah, yo! ¡todo lo que puedo, gasto todo lo que puedo! Cuando se tiene mucho dinero, demasiado dinero, más de lo que es justo, decid, señor cura, ¿para hacérselo perdonar, hay otro medio que tener la mano siempre abierta y dar, dar, dar lo más y mejor posible? Además, vos también vais a darme algo.

Al ver que llegaba la mañana y no aparecía, la pobre estaría desesperada, pensando que quizá me habría ocurrido alguna desgracia. Comenzaron a salir las lanchas pescadoras. Grité, pero iban demasiado lejos para que me oyesen; tampoco era fácil que me pudieran ver.

Pero cada bocado nos ahogaba y me costaba un triunfo contener el llanto. El pobre cura había pasado una noche de insomnio. Estaba demasiado triste para poder dormir y por otra parte como no le era posible acompañarme hasta C *, había escrito esa noche a mi tío una carta de diez y siete carillas en la que, según supe después, le enumeraba todas mis cualidades pequeñas, grandes y medianas.

En don José, que con los años y el dolor iba haciéndose egoísta, pudo más el orgullo de tener hijo de tales arranques que el miedo a las consecuencias de su hermoso rasgo. Por otra parte, el temor de que le destinaran al ejército de operaciones le parecía amenaza de un mal lejano y demasiado horrible para ser fácilmente admitido como inmediato.

Observe usted esa especie de muro de niebla que hay en el horizonte: es lo que llaman ceja los marinos; la mejor señal, en verano, de que va a echar tieso, es decir, a soplar luego una brisa fresca y bien entablada, como lo demuestra también este poco de trapisonda que hace balancear al barco y restallar las velas abandonadas a su propio peso... ¡Cornias! atesa acolladores y quinales, que trabaja demasiado el palo... De manera que nos hallamos en las mejores condiciones para poner a prueba las del yacht... o para volvernos al puerto dentro de diez minutos, en popa, si usted se halla arrepentida de haber llegado hasta aquí... Con toda franqueza, Nieves.

Enderezóse la otra bruscamente, como si la idea de que trabajase para vivir la ofendiera demasiado. Me había dicho el marqués que daba usted lecciones de pintura. ¡Oh!, no, no. No soy profesora: discípula, pobre discípula.

Que trabajaran, pues, en sus negocios y no pensasen en salir de Manila para este campo, donde había escasez de recursos, y porque ya habrá demasiado gente que servía al Gobierno y al ejército; si algo nos faltaba eran armas.