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Permaneció un momento silenciosa, con su delicada barba fina apoyada sobre la palma de su mano, contemplando pensativamente el fuego. Luego, por fin, me preguntó: ¿Y qué ha sabido respecto a este misterioso italiano en cuyas manos me ha dejado mi padre? ¿Lo ha conocido usted? No, no lo he visto, Mabel contesté.

En fin, el otro día, me informé por la misma Adela, mientras la acompañaba del bosque a la aldea, abordando con todos los rodeos que exigía una cuestión tan delicada; y como este relato no carece de interés ni aun para las personas más extrañas a todo lo que me atañe, quiero hacértelo oír de labios de la propia Adela, tal como yo lo he oído.

En la mano, que, en vez de emplearse en humildes y rudos trabajos domésticos, se diría que había estado conservada entre algodones, como delicada joven, tenía un pericón que manejaba con mucha gracia. El asombro que causó su entrada en la iglesia bien se puede decir que durante tres o cuatro minutos turbó el orden y la tranquilidad que allí reinaba.

Raúl se reservó la misión ardua y delicada de arrancar el consentimiento de la principal interesada, pero la cosa fue más fácil de lo que se suponía.

Era una joven bastante feíta y enfermiza; pero buena, afectuosa y con cincuenta mil duros de dote. Llamábase Carmen. A los tres o cuatro años de casados, ésta, viéndose cada vez más delicada de salud, perdió la esperanza de tener familia.

Limitose a responder por fórmula que lo pensaría; pero una voz de su alma le declaraba que aquella gran mujer y madre tenía tratos con el Espíritu Santo, y que su proyecto era un verdadero caso de infalibilidad. ii Porque Jacinta era una chica de prendas excelentes, modestita, delicada, cariñosa y además muy bonita.

Preciso es, pues, que abrigue á lo menos la parte más delicada de su ser, el árbol por donde respira y que extrae la vida por medio de sus raicitas, sustentándolo y reparando sus fuerzas. La cabeza no tiene tanta importancia, muchos la pierden impunemente; mas, si las visceras no estuviesen protegidas de continuo por su escudo natural, si fuesen heridas, el molusco moriría.

Recordaba el entusiasmo con que había hablado á Aresti del pequeñín: renacían en su memoria las palabras al describir su belleza delicada: «un verdadero hijo del amor, tan hermoso que en nada se me pareceNo te burles, Luis, es una crueldad. lo adivinaste, sin duda, cuando te hablé de él. También esta ilusión ha desaparecido. No queda nada... nada.

Habría sido imposible adivinar que esta brillante y luminosa aparición debía su existencia á aquella mujer de sombrío traje; ó que la fantasía tan espléndida, y á la vez tan delicada, que ideó el vestido de la niña, era la misma que llevase á cabo la tarea, quizá más difícil, de dar al sencillo traje de Ester el aspecto peculiar tan notable que tenía.