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Es un drama á que conviene este doble título: RICO Y CÓMPLICE. No niego á la escuela francesa grandes arranques, grandes gérmenes de progreso, intencion deliberada y profunda alguna vez, pero la lógica y la conciencia, el juicio y la moral, salen generalmente con los tiestos en la cabeza.

Hermosa y admirada como era, me parecía de una especie diferente de la mía y, por instinto, sin intención deliberada, me mantenía a distancia, dichoso solamente con su presencia, como se es dichoso con un rayo de sol. Duraba esto hacía unos años, cuando, en una tarde del último octubre, Luciana vino a sentarse a mi lado.

Felipe se la entregó maquinalmente, mientras se deshacía en protestas exageradas para convencer a Alberto de que si le había agujereado el sombrero había sido sin intención deliberada... ¡Soberbia carrera acabo de emprender por vuestra culpa, caballeritos! dijo el conde bajando del coche. A Dios gracias llego a tiempo de evitar un desastre.

Y aquí se detuvieron los dos, convencidos por completo de haberse engañado recíprocamente, creyendo ella, hecha una furia, que Jacobo, de acuerdo con Butrón, había marchado a negocios del partido sin decirle una palabra; juzgando él, hecho un basilisco, que Currita y Jacobo se emancipaban de su tutela, constituyéndose en cantón independiente y obrando por cuenta propia en los negocios políticos... Un suceso repentino impidióles seguir explorando con la misma habilidad los respectivos campos: entró un criado trayendo un gran estuche de terciopelo granate muy oscuro, magnífico regalo para la kermesse, que acababan de traer a aquella hora intempestiva con la idea deliberada, sin duda, de que pudiera ser admirado al mismo tiempo por toda la brillante concurrencia.

Mas había llegado ya la hora de barrer para fuera, y el taimado Butrón levantaba con disimulo la escoba para sacudir al joven Telémaco el primer escobazo, sin echar de ver que otra escoba más poderosa se levantaba también a su espalda con la idea deliberada de ejecutar con él la misma maniobra.

La pintura de Velázquez es allí la peculiar de los españoles de entonces, que arrastrados por el instinto realista de la raza, procuraban la mayor verdad: es el mismo modo de ver y reflejar lo natural que sin haber podido ponerse de acuerdo tuvieron Ribera, a la sazón ausente de España, y Zurbarán condiscípulo de Velázquez: pintura caliente en el color por el abuso de ciertas tierras, sólida hasta pecar de dura; afanosa de modelar con vigoroso relieve, tanto que principalmente las cabezas, extremos y ropajes de las figuras, por el modo de estar hechos, parecen copiados de tallas en madera; pero no se puede afirmar con fundamento que esta primer manera de Velázquez, tuviera por base la deliberada imitación de nadie.

Del mismo modo, parece también que la más cristiana de todas las virtudes cristianas, que es la imprevisión espontánea en el salvaje, deliberada en el anacoreta, es reemplazada por la más anticristiana, que es la previsión, con mayor empuje en los pueblos que llegan más tarde a practicarla.

Pero ya cayo, ¡ay, desdichada de !, en la cuenta de quién te ha hecho tener tan poca con lo que a ti mismo debes, que debe de haber sido alguna desenvoltura mía, que no quiero llamarla deshonestidad, pues no habrá procedido de deliberada determinación, sino de algún descuido de los que las mujeres que piensan que no tienen de quién recatarse suelen hacer inadvertidamente.

Levantóse, pues, de un salto al primer toque de la campana, lavóse sin derramar una gota de agua, y sin otro percance que el meter un pie en el orinal y hacerlo añicos, sin intención deliberada, por supuesto, púsose en formación muy derechito, entró en la capilla y oyó misa lo mismo que un san Luis Gonzaga.

Cada palabra de Guillermina fue como un guijarro. En aquel momento, cogido el pañuelo por las dos puntas hacía con él una soga. No se puede saber si fueron espontaneidad aturdida o bien reflexión deliberada estas palabras suyas: «Es que yo soy muy mala; no sabe usted lo mala que soy».