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El alma de Salvador estaba de rodillas, afanosa y esperanzada, delante de aquel amanecer feliz. Carmen le había dicho: «Espera que yo descanse, espera que amanezca..., espera que salga el sol....» Y llegaba, por fin, la hora bendita, la hora soñada, la sublime hora....

Anši [pues] alumbre vueštra luz delante de los hombres: paraque vean vueštras obras buenas, y glorifiquen

El propósito de las desempedradoras no era ciertamente hacer barricadas, sino otra cosa más sencilla: o bien echar abajo la puerta a puros cantazos, o bien elevar delante un montón de piedras por el cual se pudiese practicar el escalamiento.

11 Y él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante del SE

13 que respondas a Dios con tu espíritu, y sacas tales palabras de tu boca? 15 He aquí que en sus santos no confía, y ni los cielos son limpios delante de sus ojos, 16 ¿cuánto menos el hombre abominable y vil, que bebe la iniquidad como agua? 17 Escúchame; yo te mostraré, y te contaré lo que he visto; 18 lo que los sabios nos contaron de sus padres, y no lo encubrieron;

Pero al pensar esto, figurábase ver al señor de Torquemada exponiendo a D. Francisco, con la rosquilla por delante, la obligación de satisfacer la deuda; representábase luego al irritado esposo... No, con todo el poder de su imaginación, no podía representarse la noble ira de aquel santo hombre tan enemigo de enredos. «Antes que eso concluyó por decir , todo, todo, incluso que esta frutilla temprana me pisotee... Yo sola paso la vergüenza; nadie me lo sabe y ni nadie me lo ha de sacar a la cara».

Aún le parecía ver los puestos rastreros y las manos recogiendo cachivaches. Era día de toros. Aquellos barrios estaban muy animados. Todo lo recordaba perfectamente; todo lo veía, como si lo tuviera delante, revivido a sus ojos en la obscuridad de su escondite.

Una tromba de agua y pedrisco no causaría más daño en un sembrado: la mar alborotada arrojando sobre la tierra sus espumas amargas no infundiría más espanto. Todo cae, todo huye, todo grita delante de su furor indomable. Los de Lorío, aterrados, apenas pueden resistir breves instantes.

El deseo de verles la cara se hizo sentir en seguida en el ánimo del Conde; pero ellas, quizá sospechando aquel deseo, no volvían la cara, puede que a fin de contrariarle y de hacerle más vivo. El Conde tuvo que caminar más de prisa y pasar delante de ellas para mirarlas. Entonces vió con grato asombro que ambas eran lindísimas. En el rostro iban declarando que eran hermanas.

El hombre que las acompañaba las libró del peligro agitando su bastón delante de los caballos, los cuales, espantados, se alzaron de manos, y encabritándose y manoteando estremecieron el landó y asustaron a su vez a Elisa.