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Ella los encontró...; pero sonriéndoles y saludando con la mano les dijo, desde la puerta: Nada, nada... venía por unos papeles.... Ya volveré... Ana iba a llamarla: «no había secretos, ¿por qué se retiraba aquella señora?...» esto quería decirle, pero un gesto del Magistral la contuvo. Déjela usted dijo De Pas con un tono imperioso que a la Regenta siempre le sonaba bien.

¡ profana usted! ¡Pero mujer, pero Carolina! ¡Oh! déjela usted, señor Infanzón; yo respeto todas las opiniones. Y temiendo que la lugareña llevase la mejor parte en lo de profanar o no profanar, se apresuró a añadir: Por lo demás, ya usted comprenderá, amigo mío, que yo sigo los cánones de la belleza clásica condenando enérgicamente el gusto barroco.... Esto es plateresco....

Resígnese y sufra, y no pretenda que la ayude nadie a enmendar los decretos de Dios. » ¡Mujer, mujer! exclamó aquí el bueno del marido , ¡caridad siquiera! » ¡Oh!, déjela usted decir, que no me duele por lo que de ello me toca: eso y más merezco. «Quien la hizo, que la pague»: ha dicho muy bien esta señora; nada más justo.

A veinte y dos reales, ni un cuarto menos». «Pero déjela ver... ¡ay qué hombre! ¿Cree que me voy a comer la pieza?»... «A veinte y dos realetes». «¡Ande y que lo parta un rayo!». «Que te parta a ti, mal criada, respondona, tarasca...». Era muy fino con las señoras de alto copete. Su afabilidad tenía tonos como este: «¿La cúbica? que la hay. ¿Ve usted la pieza allá arriba?

¡No puedo, madre, no puedo; perdóneme! replico aquélla haciendo esfuerzos por contenerse, sin resultado alguno. Déjela usted reír. La verdad es que la cosa tiene más de cómica que de seria dije yo afectando buen humor, pero irritado en el fondo. Estas palabras, en vez de alentar a la hermana, sosegaron un poco sus ímpetus y no tardó en calmarse.

¿Y si no vienen a pelo los cuentos que yo ? No importa; usted hará reír, y ese es el caso. ¿Dice él que usted se equivoca una vez? Dígale usted que él se equivoca ciento, y pata. Usted es un tal; y usted es más: éste es el modo. Pero, señor Fígaro, ¿y dónde dejamos ya la cuestión de tabacos? ¿Y a usted qué le importa ni a nadie tampoco? Déjela usted que viaje.

Déjela, déjela, don Pancho, que va herida. Sal, niña, sal de la manigüita. ¡Ah, ah, qué bien mete uté, don Lorenso! No se ponga bravo, don PanchoEl juego siempre iba salpicado de estas frases que olían a plátano y cocotero. Cuando los días eran largos, veíaseles allá a la tarde por las cercanías de la villa paseando también en pandilla o sentados sobre el césped a orillas de una fuente.

Dejéla memorias para él, que fueron recibidas por la intermediaria con un «resguardo» a mi favor de lo más fervoroso y pintoresco que se puede imaginar, y continuamos el médico y yo andando hacia la casa de don Pedro Nolasco, pero hablando mucho de don Sabas Peña, «una de las ruedas más importantes de la consabida máquina», al decir de Neluco Celis.

No, no es tarde; me dijo la menor, Teresa, una rubia desabrida y vana, nunca es tarde para los enamorados.... ¡Cállate! ¡Cállate mujer! ¡Qué dirá el señor! exclamó su hermana, la pianista, una morena vivaracha y parlera. Déjela usted, Luisa.... ¡Que diga lo que quiera!... Veamos: ¿a qué viene eso de los enamorados?

Déjela usted que se repose. No me la inquiete. Seamos buenos amigos, mejores amigos que nunca; pero nada más. Hoy menos que nunca puedo yo resignarme a no ser más que buen amigo de usted. Esa necesidad de reposo que usted me dice que siente me parece fingida. Cuando el cuerpo, que es mortal, está brioso y floreciente ¿cómo quiere usted que crea yo que el alma está fatigada?