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Las mias han multiplicado mis dias y mis noches al infinito; los han hecho innumerables como los granos de arena de una costa, y los han convertido en un desierto arido y helado alque vienen a espirar las olas que al retirarse no dejan sino cadaveres, escombros de las rocas y algunas yerbas amargas. iAy! ha perdido el juicio, pero yo no debo abandonarle.

Árboles no muy grandes, plantados en fila, tristes y con poca salud, si bien con muchos pájaros, dejan caer uniformes discos de sombra sobre el suelo de arena, sin una hoja, sin una piedra, sin un guijarro, llano y correcto cual alfombra de polvo. Como treinta individuos vagan por aquel triste espacio; los unos lentos y rígidos como espectros, los otros precipitados y jadeantes.

Son dueños de su libertad cuando visten por primera vez sus pantalones largos, mientras que a nosotras, las pobres niñas, no nos dejan solas ni libres un segundo, ni dentro ni fuera de la casa.

¡Qué se ha de ir observaba misia Casilda pasando revista a la mesa, que tendía Pampa; ya verás, Pablo, como no se va! Si no se arma la de Dios es Cristo, esto seguirá hasta el día del juicio. Claro, les dejan hacer lo que quieren... Y se armará, Casilda, se armará.

Las niñas no dejan nada que desear desde el punto de vista de la educación: es cierto que los labios son un poco gruesos y las narices algo chatas, pero de una autenticidad indiscutible; allí no hay veloutine, ni crema de perlas que formen cutis apócrifos.

La unidad está en nuestro espíritu; está en la esencia infinita, causa de todos los seres finitos; pero no está en el conjunto de estos seres, que aunque unidos por muchos lazos, no dejan de ser distintos. En el mundo hay unidad de órden, unidad de armonía, unidad de orígen, unidad de fin; pero no hay unidad absoluta.

Aunque en las ordenanzas se previene que para el servicio de la iglesia se destine un sacristán y tres cantores, lo que se practica es que en estos ministerios se ocupan dos sacristanes mayores con otros tres o cuatro menores y diez o doce muchachos para acólitos, con más una infinidad de músicos, que, aunque estos últimos no dejan de ocuparse en otras cosas, siempre es preciso tener algunos a mano para lo que se ofrezca; y no estando prontos, o pareciéndole al cura pocos los que acuden, ya hay riña sobre que se tira a arruinar el culto divino.

Observando entonces que su tía le miraba, extendió la mano para llamarla, y le dijo: «Tía, pase usted... Aquí no hablamos en secreto. También usted será conmigo en la inmensa... en la inmensa y dolorosa propaganda... Por cierto que no me explico, que no cómo ustedes dejan entrar aquí a ese materialista...». ¡Don Francisco...!, hijo, ¿pues qué mal puede hacerte?

Yo doy poca importancia en la vida de un hombre al lugar de su nacimiento. Cada uno nace donde puede, donde le dejan nacer, y esto nada significa en la formación de nuestro carácter. Así es. Nuestra patria verdadera está allí donde esbozamos el alma, donde aprendemos a hablar, a coordinar las ideas por medio del lenguaje y nos moldeamos en una tradición.

A las tres de la tarde ya dejan el trabajo y se vuelven, habiendo hecho poco más de nada.