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Yo tuve la fortuna de inspirarle una fe y una resignación que ella no sentía como yo, al nacer la amistad que nos ha unido; pero ha muerto en la esperanza y, creo poder asegurarlo, en gracia de Dios. ¡Qué vacío ha dejado junto a semejante pérdida!

A veces era tanto su temor, que dejaba caer la palmatoria y volvía corriendo arrojando gritos. Amalia se enfurecía entonces, la pellizcaba, la golpeaba, pretendiendo que fuese otra vez al sitio designado. La criatura se dejaba martirizar y se hubiera dejado matar antes de hacerlo. En una de estas ocasiones le dijo sonriendo ferozmente: ¡Ah! ¿Conque la señorita es tan medrosa?

Marucare en aquesto muy furioso, Huyendo de su asiento y de su casa, Porque en quemarla nadie esté gozoso, El propio la ha dejado hecha una brasa. Con Taboba el valiente y ardidoso, Sus mugeres y chusma presto pasa De allí, y tan adentro se ha metido, Que no podrá jamas ser ofendido.

Tiemblo por usted y tiemblo por . Gillespie no necesitaba oir al profesor para darse cuenta de la gravedad de su acto. Pero renacía su cólera al acordarse de los pinchazos de aquellos pigmeos, y creía sentir aún el dolor en sus piernas. ¿Por qué no lo habían dejado dormir en paz?...

Una vez enterado de que el sargento se había decidido a atravesar el Atlántico, Barragán procedió con toda solemnidad a hacerle una multitud de preguntas referentes a su esposa: «¿Estaba buena? ¿Podía vivir con lo que le había dejado? ¿Cómo iban sus negocios? ¿Explotaba la finca por su cuenta o la había arrendado? ¿Le guardaba rencor por haber roto el yugo matrimonial

Al cabo, como los dos extranjeros se volviesen hacia ella mostrando sorpresa de verla aún allí, no tuvo más remedio que abandonar el gabinete. Pero, ¿cómo abandonar el agujero de la cerradura? ¿Qué era aquello? ¿Por qué estos jóvenes le llamaban padre? Barragán jamás le había dicho que tuviera hijos. ¿Sería por desgracia un sacerdote renegado que se hubiera dejado crecer las barbas?

Como en realidad no necesitaba otra cosa mejor, dije que ; pero la chica, temiendo no haberme dejado satisfecho, se apresuró a manifestar que había otra en el piso de arriba, que si deseaba verla... ¿Es usted el ama? le pregunté, convencido de que no podía serlo. No, señor; soy su hija... pero como si lo fuese respondió con cierto énfasis.

Porque a los pocos momentos acaeció en el sitio que habían dejado, una escena espeluznante, terrorífica, digna de una tragedia romántica. Hallábase Pablito bailando con su morena, sereno, feliz, procurando acortar distancias todo lo posible, y aún más.

Está bien dijo al cabo la hermana de Reynoso con voz grave . Mi conciencia me dice que por encima de todas las consideraciones y de todas las promesas está la ley de la caridad. Yo no puedo consentir que realices lo que me has dejado adivinar. Sabrás dónde está tu marido.

La terrible escena que había pasado, el sacrificio de su hermana y su justo desprecio después, no habían dejado huella en su vida. Hacía lo mismo que antes. Se mostraba tan cuidadosa de su persona y descuidada de las otras como siempre lo había sido. Sin embargo, cuando se encontraba con la mirada clara y penetrante de su hermana, bajaba la suya prontamente.