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En lo alto, diez y seis cariátides blancas y pechugonas, encorvadas bajo el peso del techo, sostenían anchas bandas de cristales de roca con bombillas eléctricas que dejaban caer un resplandor lunar.

Hablaba con una dulzura infantil, y el empleado acabó por reir, lo mismo que la mujer de la taquilla. La vieja los saludó á los dos con agradecimiento al ver que la dejaban pasar. Luego saludó también á un policía inmóvil en el pasillo de entrada, como si fuese un antiguo amigo. No le parecía el mismo de la noche anterior...pero ¡por si acaso era!...

Se quitaban la boina para sacudirla el agua, dejaban en el suelo el barro de sus zapatones claveteados, y sorbiéndose una taza de café con toques de aguardiente, discutían con la tabernera la comida que había de prepararles para las once, cuando emprendiesen el regreso al pueblo.

El duque tenía las oficinas en los altos de su palacio del paseo de Luchana, soberbio edificio levantado en medio de un jardín que, por lo amplio, merecía el nombre de parque. En el verano, los árboles, tupidos de follaje, apenas dejaban ver la blanca crestería de la azotea. En el invierno, las muchas coníferas y arbustos de hoja permanente que allí crecían, le daban todavía aspecto muy grato.

Un enternecimiento delicioso íbase apoderando de las cantantes a medida que las dejaban escapar de sus gargantas. Cada vez las repetían con más cariño, con más unción, exhalando en ellas aquel fondo de romanticismo que palpitaba eternamente en sus corazones, transmitiéndose de madres a hijas en la pintoresca villa del Cantábrico.

Mirándola estaba Luscinda, no menos lastimada de su sentimiento que admirada de su mucha discreción y hermosura; y, aunque quisiera llegarse a ella y decirle algunas palabras de consuelo, no la dejaban los brazos de don Fernando, que apretada la tenían.

¿Ni las mujeres tampoco, sin duda? Por los ojos de miss Maud pasó una llama. ¡Las mujeres menos que nadie! dijo con orgullo. Sorege la miró con aquellos ojos medio cerrados que no dejaban adivinar su pensamiento pero que tan bien seguían el de los demás, y dijo en tono seguro: Pues bien, miss Maud, hay que probarlo. ¿Qué significa la acogida que me hace usted?

Se dejaban matar; pero eran tantas, ¡tantas! que los hombres desistían de atacarlas, transigiendo con ellas por cansancio, y únicamente las repelían con el aliento ó escupiéndolas cuando se colaban en su boca y sus narices. Otros parásitos asaltaban igualmente las viviendas de este pueblo perdido en la soledad. En el boliche, por ser mayor la concurrencia, parecían más numerosas las plagas.

La dejaban atrás, se alejaban de ella: tal vez estaba allí la casa tan penosamente buscada. Puede que sea afirmó Cupido. Tal vez hemos pasado cerca sin verla y vamos abajo, hacia el mar... Y aunque no sea la casa azul, ¿qué? Lo importante es que allí hay alguien y vale más eso que errar en la obscuridad. Dame los remos, Rafael. Si no es la casa de doña Pepita, al menos sabremos dónde estamos.

Allí le esperaban otros demonios y recibiéndole, le volvían a arrojar en la misma forma, dando con él otra vez en el claustro principal sin sacarle ni una palabra de enojo, ni de sufrimiento, hasta que invocando los sagrados nombres Jesús, María y José, le dejaban."