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Las cuadrillas de mineros y operarios traídas de otros puntos alojaban en casa de los labradores de Carrio, Entralgo y Canzana y dejaban allí parte de su salario. Verdad que los huéspedes no eran cómodos. Agresivos, pendencieros, alborotadores, tenían siempre con el alma en un hilo á los vecinos.

Después, D. José se metía también en la cocina para ayudar y dar más de un consejo; que algo se le entendía de arte de estofados y otros culinarios estilos. Las niñas dejaban la costura aquel día; no se pensaba más que en la cena, y entre componerse para ir al Teatro Martín con Miquis, y ayudar un poco a su madre, se les pasaba la tarde.

Los lacayos gozaban de la confianza de sus señores, y en el gabinetes de las damas principales los abates componían versos; en los bailes palatinos, las marquesas, utilizando los trenzados ceremoniosos del minué, se dejaban oprimir los dedos.

Ambas luces, con todo, siendo grande el cuarto, como lo era, dejaban la mayor parte de él en la penumbra.

Las mugeres vestian el tipoy, especie de camisa sin mangas que les caia hasta los tobillos. Ambos sexos se dejaban crecer el cabello, bañándoselo constantemente con aceite de motacú. Hallábanse entre tanto gobernados por gefes, cuya autoridad se limitaba á dar el consejo, y á colocarse al frente de cada tribu en caso de guerra.

Reinaba, pues, silencio, aunque no podía evitarse el zumbido particular que origina la aglomeración de gente en un sitio, producido por el roce de los pies, el movimiento de los cuerpos, y sobre todo por las frases reprimidas que en tono de falsete dejaban caer los unos en los oídos de los otros.

En fin, todo lo suponía por no suponer que por su libérrima voluntad dejaban de acudir las muchachas a una cita que, implícita, pero claramente, él, tan guapo, tan distinguido, tan ilustre, tan rico y tan seductor, les había dado para los Jardines, no pudiendo entenderse ni ponerse desde luego en relaciones con ellas por no faltar a los respetos y consideraciones sociales.

La doble redondez del firme pecho, sin compresión ni arrimo, se estremecía suavemente, al moverse la hermosa, entreviéndose por la transparencia de la tela su puro color de rosa y nieve. Recogidas con gracia en alto las abundantes crenchas de sus negros cabellos, dejaban ver el cuello despejado y cuan bien puesta se erguía sobre él la noble cabeza.

Los vidrios emplomados de dos grandes rosetones abiertos en lo alto de las paredes de la gran nave central dejaban paso a una triste claridad que se extendía como blanco mantel delante del altar mayor.

Dejáronmele, y aun me dejaran el navío, si yo le quisiera, diciéndome que, si me dejaban solo, no era otra la ocasión, sino porque les parecía ser sólo mi deseo, y tan imposible de alcanzarle, como lo había mostrado la experiencia en las diligencias que habíamos hecho para conseguirle.