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Se mataban fríamente hombres que no se habían visto nunca, que dejaban a sus espaldas un campo por cultivar y una familia abandonada; hermanos de dolor en la cadena del trabajo, sin otras diferencias que la lengua y la raza. En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pululaba en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto.

Los Capitanes y la demás gente de lustre aunque disimulaban, y en lo exterior se dejaban engañar, sentian mal de esta partida, y creyeron que más habia nacido de los recelos de Andronico, que de los movimientos de Bulgaria.

Y aquí comenzó el buen hombre a referir cosas que dejaban espantado al pobre mozo, no sólo por lo que de espantable llevaban las cosas en mismas, sino también por oírlo de unos labios de los cuales había esperado él, no heridas nuevas, sino bálsamo para curar las que le habían hecho las palabras de su madre.

Los viajeros pasaban por entre las pacíficas familias de los lamantinos y de las focas, que se dejaban tocar. Los pingüinos y los mancos seguían á los navegantes, aprovechándose de sus comestibles, y, llegada la noche, guarecíanse bajo las ropas de los marineros. Nuestros padres estaban creídos, y no sin cierto grado de verosimilitud, que los animales sienten como nosotros.

Preguntó a Miquis si también en aquel sitio destinado a albergar lo sublime dejaban entrar al pueblo, y como el estudiante le contestara que , se asombró mucho de ello. Llegaron por fin al Buen Retiro, cuyo lindo nombre ha querido en vano cambiarse con el insulso rótulo de Parque de Madrid.

Los días que le dejaban libres los viajes, los empleaba en recorrer sus campos armado de una escopeta, diciendo que los tulisanes merodeaban y necesitaba defenderse para no caer en sus manos y perder el pleito.

En los momentos que les dejaban libres sus graves y laboriosas ocupaciones, gustaban de danzar y divertirse: casi todos ellos eran músicos y tenian unas flautas, semejantes á la zampoña, pero largas de mas de seis piés.

Escuchábase el glu-glu cristalino del agua; la falúa oscilaba, dejando escapar una suave queja monótona. Los marineros habían levantado los remos, a nuestra instancia, y nos dejaban marchar arrastrados por la imperceptible corriente. Duró poco aquel sopor lánguido y voluptuoso que a todos nos había embriagado.