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Había llegado Baltasar al mayor número de pulsaciones que determinaba en él la calentura amorosa. Su pasión, ni tierna, ni delicada, ni comedida, pero imperiosa y dominante, podía definirse gráfica y simbólicamente llamándola apetito de fumador que a toda costa aspira a fumar el más codiciadero cigarro que jamás se produjo, no ya en la Fábrica de Marineda, sino en todas las de la Península.

De esto resulta una consecuencia importante, y es, que el tiempo no puede definirse en mismo, con absoluta abstraccion de alguna cosa á que se refiera. Luego el tiempo carece de existencia propia; y no es posible separarle de los seres, sin anonadarle.

Semejante actitud no podía definirse, ni expresarse apenas. Julián se refugió en su cuarto, adonde hizo subir, medio arrastro, al niño, para la lección acostumbrada. Así como así, el invierno había pasado, y el calor de la lareira no era apetecible ya. En su habitación pudo el capellán notar mejor que en la cocina la escandalosa suciedad del angelote.

Así era como se peinaba Judit... aquella graciosa postura, aquel talle fino y delicado eran los suyos... allí encontraba su porte, sus maneras, ese invencible y poderoso encanto que se adivina y que no puede definirse!... Por último, se levantó la desconocida. Arturo lanzó un grito.

Su tez blanca tenía una palidez, una frialdad de colorido que delataba la vida en la sombra, la ausencia de toda emoción; sus ojos se abrían mal, como si despertaran de un largo sueño; no era ni alta ni pequeña, ni delgada ni gruesa; con un talle indeciso que necesitaba definirse y formarse; se le decía ya que era muy bonita y yo lo repetía de buena voluntad sin fijarme y sin creerlo.

Con estas célebres palabras del «Fausto» podría empezar un futuro historiador de la poderosa república el Génesis, aún no concluído, de su existencia nacional. Su genio podría definirse, como el universo de los dinamistas, la fuerza en movimiento. Tiene, ante todo y sobre todo, la capacidad, el entusiasmo, la vocación dichosa de la acción.

Acércate dijo el Rey alargando su mano. El general dejó el candelero de barro sobre la mesa, y acercándose al lecho puso una rodilla en tierra. Seguía conmovido. El Rey recibió, con júbilo que no podría definirse, aquel primer homenaje tributado a su reciente majestad por el más ilustre y más poderoso de sus vasallos.