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Miradla por dentro, observadores de superficies: no hay día que no engañe a un nuevo pretendiente; veleidosa, infiel, perjura, desvanecida, envidiosa, áspera con los suyos, insufrible y altanera con su esposo: esa es la hermosura perfecta, cuya cara os engaña más que su careta. ¿Veis aquel hombre tan amable y tan cortés, tan comedido con las damas en la sociedad? ¡Qué deferencia! ¡Qué previsión! ¡Cuán sumiso debe ser!

Nadie más que él sonrió: los demás, incluso Valle, que era ya un personaje político, aceptaban aquella severa etiqueta, persuadidos de que practicándola, se alejaban del vulgo y ganaban en prestigio y respetabilidad. Casi siempre coincidían todos en el modo de ver las cosas; cuando así no era, se mostraban tal deferencia los unos a los otros para contradecirse, que concluían por estar conformes.

Y, sin embargo, su frente no se baja ante la mirada del soldado sin miedo y sin tacha, del que nunca como entonces se ha sentido hija. Cuando Hardoin volvió por la noche al despacho, se quedó muy sorprendido al encontrar en él a su joven vecina que le estaba esperando. ¿Es usted, amiga mía? exclamó haciéndola pasar con una deferencia llena de simpatía. ¿Se encuentra usted mejor?

Todos esperaban que las puertas fuesen abiertas. Bien pronto llegaron Grano de Sal y el maestro Durand. A su vista todas las cabezas se inclinaron; ellos respondieron con un saludo protector a estas muestras de deferencia. Por fin, se abrió la puerta; y entre apreturas, empellones y codazos, cada cual se colocó en su sitio.

Habíasela dado la majestad británica en Roma, con motivo de cierto oportuno servicio, y deseando demostrarle la más exquisita deferencia, puso en castellano el autógrafo.

Un hedor de tumba acompañaba la sonrisa de sus labios pintados. Miguel sabía quiénes eran por los relatos de Toledo. El coronel, admirador de las majestades caídas, aceptaba su conversación con melancólica deferencia. Una había sido amante de Víctor Manuel; otra más vieja recordaba entre suspiros los tiempos de Napoleón III y de Morny.

En misa. ¿En misa? repitió Pepe, sorprendido, pero sin mostrar enfado. , como está aquí Tirso, ¿comprendes? será por no disgustarle. Eso debe de ser. No añadió una palabra, mas no le pasó inadvertida la novedad. La madre había ido a misa. ¿Sería realmente sólo por deferencia a su hijo, o habría habido por parte de éste alguna instigación?

Vuelve, por último, contrito al hogar paterno, rogando que se le perdone, y el padre lo acoge con grandes demostraciones de júbilo. Uno de sus hermanos se admira que se le muestre más deferencia que á él, siempre constante en el cumplimiento de su deber; pero el padre le replica diciéndole, que no hay mayor gozo para un padre que la vuelta del hijo perdido.

Don Eugenio, saludaba al paso aquellas caras que veía todas las tardes, sin interrumpir por esto la conversación. Juanito le oía con la deferencia y el respeto que inspiran ochenta años. En una palabra, muchacho: que yo no puedo sufrir esta clase de vida. Serán para algunos escrúpulos necios, pero ¿qué quieres?

De vez en cuando tiraba los platos al fondista, respondía prontamente a los insípidos chistes de los huéspedes, y producía en la clase del domingo una sensación tan en absoluto contraria a la monotonía y placidez ortodoxa de aquellas instituciones, que por respeto y deferencia a los almidonados delantales y moral inmaculada de los dos niños de cara sonrosada y blanca de las primeras familias, el reverendo señor no tuvo más remedio que expulsarla.