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Más adelante, cuando se vio sola, se detuvo, y poniéndose el dedo en la frente y clavando los ojos en el suelo con la vaguedad que imprime a aquel sentido la duda, se hizo esta pregunta: ¿Pero yo estoy alegre o estoy triste

Luego se puso a hacer dibujos sobre el cristal con un dedo. Escribió su nombre: Obdulia Osuna; después el de su confesor, Gil Lastra. Y volviéndose al rincón, se rebujó de nuevo. Trascurrió un rato en silencio. Ambos parecían soñolientos. Obdulia dijo al cabo: Con permiso de usted, voy a acostarme un poquito, padre. Tengo sueño.

Iba a pasar suntuosa procesión; era el cardenal Bibbiena, que se trasladaba a la iglesia donde debía celebrar. »Véale, véale me dijeron, mostrándome su dedo adornado magníficamente de oro y pedrería. »Fijé mi vista sobre el santo ministro que echaba su bendición al pueblo arrodillado ante él. »¡Teobaldo! exclamé.

Los cinco mancebos son hijos de su ciencia condenada. ¡Arreniégola! ¡Arreniégola!....De la su mano derecha a cada cual dióle un dedo con su uña, para que rabuñasen en el corazón de mi hermano el señor mayorazgo.

Agité la mano en señal de despedida, pero la bajé inmediatamente dando un grito, porque una bala me había alcanzado en un dedo. Sarto se volvió hacia y sonó otro disparo, pero como sólo tenían revólvers pronto nos pusimos fuera de tiro. Entonces Sarto se echó a reír. Uno yo y dos usted dijo. No lo hemos hecho mal y el pobre José tendrá compañía.

Mientras pasaban estas evoluciones, Anís preguntaba al niño: Manolito, ¿cuántos dioses hay? Y el chiquillo levantaba los tres dedos. No decía Anís, levantando un dedo solo : no hay más que uno, uno, uno. Y el otro persistía en tener los tres dedos levantados. Mae abuela gritó Anís ofuscado . El niño dice que hay tres dioses.

Un pie de marmol que le falta el dedo pulgar de cuarta y media de largo. Una mano de marmol antigua de una cuarta de largo. Un vaso de marmol antiguo de relieve bajo, quebrado en la orilla, de cerca de media vara de largo. Una columna de pórfido de ocho cuartas y media de alto y cuarta y media de diámetro por labrar.

Si le veía, se lo señalaría inmediatamente a toda su banda con el dedo, diciendo en alta voz: «¡Miradle, es un espía!» «Tendré que dejar de llevar gafas y cortarme la barba pensó Krilov . Si pierdo la vista, ¿qué le vamos a hacer? Además, el médico quizá se engañe y puede que yo no necesite gafas. En cuanto a la barba... verdaderamente no me cambiará mucho el quitármela.

Y lloraba, señor; habíase llevado un dedo a los ojos y lo retiraba mojado de lágrimas. ¡Llorar un hombre como él! ¡Ah, la ingrata...! Pero un golpe de tos seca, espasmódica, asfixiante, le volvió a la realidad.

Las dos criadas, que entraron en pos de ella, colocaron también sobre la mesa blanco pan, anchas copas y sendos y grandes jarros. Señalándolos Teletusa con el dedo, habló así: Este es vino rancio y seco de Chipre, néctar exquisito, consagrado a Venus, cuya fue aquella isla, allá en las edades felices en que vivieron y reinaron las diosas entre los mortales.