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¡Ha reñido con mi dedo! dijo a Alejandro Tipton, mostrando este órgano privilegiado. ¡Maldito bribón! Habían dado las cuatro cuando el campamento se retiró a descansar.

Fiera y pálida cicatriz señalaba en lo alto su frente bronceada por el mar. Aquella tarde, apenas se hubo sentado en el cofre y puesto a referir algunos comadreos del mercado, una de las mozas, pasándose ella misma el dedo sobre las cejas, le preguntó: Decí, seor Medrano: ¿quién os labró esa guirnalda?

Cuando Guadalupe deseaba dar broma al general en presencia de sus contertulios, se expresaba así: Este viejo, aquí donde ustedes lo ven, anda enamorado, loco, detrás de la Gringuita. Cerrando una mano, le apuntaba con el dedo índice, y añadía, amenazante: ¡Que te pille yo, y verás lo que es bueno!

El tono con que hablaba el joyero era tan serio, y apoyaba su frente contra la punta del dedo índice como en señal de gran cavilacion, que el P. Camorra contestó muy serio: ¡Quién sabe, quién sabe! Y pues que de leyendas se trata, y entramos ahora en el lago, repuso el P. Sibyla, el Capitan debe conocer muchas...

Vistióse con pausa, sin pedir auxilio á la doncella, y arrastrando un poco los pies, que iban calzados con unos pantuflos de raso amarillo, se acercó á la ventana. Las mañanas son frescas en este país hasta en el mes de Junio, y los cristales se habían empañado. Se puso á escribir distraídamente sobre ellos con su dedo rosado. Primero escribió su nombre varias veces.

Momo miró a María con toda la despreciativa dignidad compatible con su tuerta cara, y dijo en voz profunda y tono concluyente, alzando y bajando alternativamente el dedo índice: ¡Gaviota fuiste, Gaviota eres, Gaviota serás! Y le volvió arrogantemente la espalda.

Cuando comenzó el cuarto acto, Ana puso un dedo en la boca y sonriendo a don Álvaro le dijo: ¡Ahora, silencio! Bastante hemos charlado... déjeme usted oír. Es que... no ... si debo despedirme.... No... no... ¿por qué? respondió ella, arrepentida al instante de haberlo dicho. No si estorbaré, si habrá sitio.... Sitio , porque Quintanar está en la bolsa de ustedes... mírele usted.

¡Duerme! dijo con solemnidad el padre. ¡Silencio! exclamó la hija, con un dedo sobre los labios. Pero, ¿qué ha sido? ¡Pchs! Silencio. Se está mudando contestó Marta en voz baja, de esas que son silbidos, más molestos que los gritos. Reyes notó el olor de un antiespasmódico; olor de tormenta para los recuerdos de sus sentidos. También había cierto hedor nauseabundo.

En cuanto le veo a usted esa arruguita ahí... ahí y le tocó con su dedo en la frente: el sacerdote la retiró con viveza, ya me tiene usted más triste que la noche... ¿Por qué será?... ¿Por qué no será?... Usted, que sabe tanto, me lo dirá. Las últimas palabras las dijo canturreando y afectando distracción. ¡Ea!

Ricardo, con sus instintos de clown, procuraba hinchar los carrillos y ponerse aún más colorado. Se le había disipado por completo el mal humor. La cesta no avanzaba poco ni mucho: ambos permanecían inclinados y agarrados a ella sin poder alzarla un dedo del suelo, la una desternillándose de risa y el otro afectando una desesperación cómica.