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¡No lo quiera Dios! mi querida prima. Eres siempre la misma en lo moral, pero no en lo físico ... Has ganado mucho. Hazme gracia de tus piropos, dijo Clementina en tono más dulce, y ten la bondad de decirme el objeto de tu visita. Pues qué, ¿no es bastante visible? ¿Hacen falta explicaciones? Nuestros hijos se han casado esta mañana, ¿no es este mi sitio en día semejante?

Empeñose en que había de almorzar con él, y no pude resistir a sus instancias; un mal almuerzo mal servido reclamaba indispensablemente algún nuevo achaque, y no tardó mucho en decirme: Amigo, en este país no se puede dar un almuerzo a nadie; hay que recurrir a los platos comunes y al chocolate.

Yo le juré guardar el más profundo secreto, acepté la gargantilla, y el cocinero se fué prometiéndome volver para decirme qué noche y á qué hora debe venir su majestad. En esto debe de haber andado el duque de Lerma... estoy casi seguro dijo el sargento mayor ; porque ¿á quién interesa más que al duque el tener bien cogido al rey?

La enferma fijó sus grandes y ariscos ojos negros en las personas que entraban, con una expresión poco benévola, volviendo en seguida a acurrucarse en el rincón del hogar. Tío Pedro dijo la tía María , usted se olvida de sus amigos; pero ellos no se olvidan de usted. ¿Me querrá usted decir para qué le dio el Señor la boca? ¿No hubiera usted podido venir a decirme que la niña estaba mala?

Levantóse Amaranta rápidamente, y en su semblante observé señales de repentina cólera. Mandándome callar, después de decirme que era un desvergonzado y un truhán, agitó con inquieta mano una campanilla. ¡Altos cielos, por qué no os hundisteis sobre ! Entró un criado, y Amaranta le mandó que me pusiera al instante en la puerta de la calle.

¡Hum!... ¡es una suerte! ¿Quieres decirme ahora porqué a pesar de mis lecciones y consejos, te has comportado anoche de una manera tan inconveniente? Especificad las acusaciones, tío. Sería cosa de nunca acabar, pues todo lo que has hecho, ha sido inconveniente; parecías una loca.

Me ha contado muchas cosas de mi Alfonso: dice que sus maestros no cesan de hablar de él mucho y bien. ¡Dios le bendiga como yo le bendigo de todo corazón! Mañana empiezo a dar lecciones a mis niñas... «Después de comer, han venido a decirme que acaba de morir un pobre anciano abandonado en la cabaña del monte donde yo acostumbraba a pasar el rato.

¿Me hará Su Excelencia el gusto de decirme, repuso Candido, si no le tiene muy grande en la lectura de Horacio?

Yo me quedaré aquí, porque el rey se niega a concederme el permiso que yo le había pedido, dignándose decirme que le soy útil y hasta indispensable, y rogándome, por lo tanto, que me quede. ¿Qué podía responder yo? El ruego de un rey es una orden para el vasallo. » Es usted muy malo, papá dijo Magdalena, puesto que prefiere agradar al rey a darle gusto a su hija.

Cada uno es dueño de condenarse; ¿pero a qué viene decirme a cosas contra la religión? ¡Qué malo! Y tantas fueron sus burlas y sacrilegios que... Dios me lo perdone... me incomodé. Le dije que no me hacía falta su dinero para nada, y que tendría miedo de tomarlo en mis manos, por ser dinero de Satanás. Pero esto es un dicho, ¿sabes? Claro. ¿Y aquí no ha hablado de religión? No; ni jota.