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Antoñona venía resuelta a tener una conferencia muy seria con D. Luis; pero no sabía a punto fijo lo que iba a decirle.
Viendo lo cual Preciosa, tornó a decirle: No es éste caso de tan poco momento, que en los que aquí nos ofrece el tiempo pueda ni deba resolverse: volveos, señor, a la villa, y considerad de espacio lo que viéredes que más os convenga, y en este mismo lugar me podéis hablar todas las fiestas que quisiéredes, al ir o venir de Madrid.
Como quiera que ello sea, yo no me atrevo aún a decirle que no me da la gana de ir al redil y que fuera de él, y sin pastora ni nada, ya cuidaré que no me coma el lobo. Lo mejor, por lo pronto, es callarme y aguantar sus majaderías.
»Fue luego a ver a Camila y a decirle, como le dijo, todo aquello que con su doncella le había pasado, y la palabra que le había dado de decirle grandes cosas y de importancia.
Al cabo de un instante, pregunta en voz baja: Di, ¿qué hay ahí dentro? No sé. Yo tampoco. ¿No tienes permiso para entrar ahí? No. ¡Alabado sea Dios! Entonces no soy yo sola la tonta... Cuando tengo que decirle algo, es preciso que llame a la puerta... Vamos, di la verdad, ¿te parece que eso está bien? Yo no soy una chiquilla para que... Pero me callo; no hay que hablar mal del marido.
El doctor se estremeció y levantó la cabeza. ¡Cómo! ¡Antoñita! ¿eres tú? exclamó. ¡Bien venida seas, hija mía! No sé si dirá usted eso mismo dentro de muy poco rato, tío. ¿No? ¿por qué no he de decirlo? Porque vengo a reñirle. ¿Reñirme, tú? Sí, yo misma. ¡A ver! Explícate; dime por qué. Querido tío, lo que tengo que decirle es cosa muy seria. ¿De veras?
Nos fijamos con más insistencia en el cuadro que teniamos delante; volvimos los ojos al espectador, y notamos de nuevo que no dejaba de hacer muecas y contorsiones, como encareciendo la excelencia de la pintura. En esto nos miró, y nosotros le miramos tambien, en señal de decirle: «¿que ves tú en ese cuadro? ¿Qué prodigio es ese?»
Por eso no le digo nada. ¡Qué he de decirle yo, pobre gorrión del Señor, a usted que lee y sabe tanto!... No puedo hacer otra cosa que rezar por la salud de su alma, y crea que más de una parte de rosario le llevo dedicada.
Pero en aquel momento llegó Sarto al galope, procedente del castillo, y al ver a la Princesa resolvió sacar el mejor partido posible de las circunstancias y comenzó por decirle que el Rey estaba perfectamente atendido y fuera de peligro. ¿En el castillo? preguntó Flavia. ¿Pues dónde había de estar, señora? repuso el coronel inclinándose.
El aldeano, al ver el cañón frente a sí, se asustó mucho y comenzó a gritar, extendiendo las manos hacia Andrés: ¡No tire usted, señorito! ¡no tire usted, señorito! El joven bajó el arma y le dejó marcharse. Cuando se volvió hacia Rosa, la encontró riendo por el terror del paisano. Sin embargo, no tardó en ponerse seria y en decirle gravemente: Ya lo acaba usted de oír, D. Andrés.
Palabra del Dia
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