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Llamó más fuerte, y tampoco. Entonces se puso á dar fuertes porrazos con el puño, hasta que se abrió una de las puertas de al lado y salió una mujer á decirle que excusaba de llamar porque no había nadie en el cuarto. Los vecinos habían salido hacía poco rato y debía de ser para el baile, porque la señá María-Manuela y una amiga que estaba con ella iban disfrazadas.

.... Algo tenía que decirle a su tío; pero le turbaban tanto los ojos interrogantes de éste, la calma con que esperaba su respuesta, que se le embrollaban sus pensamientos y no sabía cómo empezar. Es cuestión de la mamá.... ¡Si usted supiera, tío...! Está en situación muy apurada.

Ir a verla para desengañarla más aún, se le antojaba mayor refinamiento de crueldad que partir sin decirle nada.

No le causaba vergüenza el decirle al otro que le idolatraba, así, así, clarito... al pan pan y al vino vino... ni preguntarle a cada momento si era verdad que él también estaba hecho un idólatra y que lo estaría hasta el día del Juicio final.

Es que pudiera usté creer cualquiera otra cosa; y como es un chico que me carga.... Y eso que es muy buen mozo. Usted no me dice la verdad.... Yo conozco bien á ese chico y que no la esperaría á usted todos los días á estas horas si no tuviera grandes esperanzas por lo menos.... ¿Habrá sido capaz, el muy tunante, de decirle á usté lo que no es?

Escuchando estuvo atentamente Cervantes a la tía Zarandaja, y cuando hubo ésta acabado, la dijo: ¿Y nada os preguntó ese hombre acerca de , que cuando junto a pasó, pareciome que me miraba con recelo? que me preguntó, y con encarecimiento, contestó la tía Zarandaja; pero yo, que pude decirle mucho, nada le dije, porque me importa mucho más servir a la buena señora, mi vecina, que al otro.

Cuando levanta los ojos ve á Toledo que se acerca, pero solo, con cierta confusión, temiendo por adelantado la cólera del príncipe. Este, que se siente bondadoso y tolerante después de sus violencias en la escalinata, adivina lo que va á decirle. No ha encontrado á Castro. Y le absuelve con una sonrisa benévola. El coronel habla: Marqués: don Atilio no quiere.

El gran don Felipe II, padre de vuestra majestad, lo concedió al duque de Osuna para su hijo bastardo cuando aún no le había dado su madre á luz. ¿Y para qué dos mantos á un mismo hombre? eso es decirle que tiene mucho frío y que queremos abrigarle.

Nadie la desprecia por eso, señora respondía la señora de Saint-Cast seguramente que no, pero es muy cierto, que entre ser rico ó pobre hay una terrible diferencia. Vea ahí al general, que puede decirle algo de eso; él no tenía absolutamente otra cosa que su espada cuando se casó conmigo, y no es con una espada con lo que se pone manteca en la sopa, ¿no es verdad, señora?

Es usted su igual por el espíritu y por la educación; es ella demasiado inteligente para no haber apreciado sus méritos... Sea usted menos modesto y no desespere de nada... De todas maneras, después de lo que acabo de decirle, ya ve usted que no he de hacerle yo la menor sombra.