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Sus ojos claros, serenos y como velados, eran, según decía Miquis, de la misma sustancia con que Dios había hecho el crepúsculo de la tarde.

Manolo, que estaba esperándolas, salió a recibirlas, y como lo tenía todo hablado con su mujer, en seguida se entendió con Cristeta. A cuanto ella decía contestaba: Con usted no quiero ganar; en no perdiendo, lo que usted mande; como que es usted más buena que el pan. Al despedirse estaban de acuerdo.

Y escuchaba como un zumbido dulce sus palabras, sin saber ciertamente qué decía, embriagándose con su música, pensando al mismo tiempo en el porvenir que rápidamente se había abierto ante ella, como una salida de sol que rasga las nubes.

Manifestó Juan Maury no pequeña curiosidad y deseo de enterarse de cuanto se traslucía y decía acerca de cierto punto un tanto escabroso. ¿Cuál había sido y cuál era la conducta de la señora de Figueredo desde que se casó hasta aquellos días?

Llegaba, y ella venía en el acto hacia él con las manos tendidas, la sonrisa en los labios y el corazón en los ojos. Todo en ella decía: «¡Procuremos amarnos, y si podemos, amémonosEl miedo lo embargaba. Apenas se atrevía a tocar aquellas dos manos que iban al encuentro de las suyas. Trataba de evitar aquella mirada que cariñosa y risueña, inquieta y curiosa, buscaba la suya.

M. Scott opuso alguna resistencia. Si yo no estoy aquí decía, y vengo sólo dos o tres meses del año a América, para vigilar nuestros intereses, las rentas disminuirán. ¡Qué importa! respondía Zuzie, somos ricos, demasiado ricos... Partamos, os ruego. ¡Estaremos tan contentas, seremos tan felices allá!

Mientras se abrochaba los guantes, oía a Bonis su tartajosa explicación, dando grande importancia, a fuerza de cabezadas de inteligencia y asentimiento, a todo lo que decía.

El presidente del Casino en tanto, acariciando con el deseo aquel tesoro de belleza material que tenía en los brazos, pensaba.... «¡Es mía! ¡ese Magistral debe de ser un cobarde! Es mía.... Este es el primer abrazo de que ha gozado esta pobre mujer». ¡Ay , era un abrazo disimulado, hipócrita, diplomático, pero un abrazo para Anita! ¡Qué sosos van Álvaro y Ana! decía Obdulia a Ronzal, su pareja.

Un periódico, y no por cierto un periódico aliadófilo, hablando del destrozo de Alemania, decía: «Es inútil que los alemanes pretendan protestar. ¡Que lloren como mujeres lo que no han sabido defender como hombres!...» Parece, sin embargo, que los alemanes no lloran como mujeres lo que no han sabido defender como hombres. Antes bien, lo bailan, lo cantan y lo beben con gran regocijo.

Pues no es así interrumpió con viveza Diana, yo tengo mi opinión personal; he leído, de Platel, El Valle de los Lirios y La Aventura de la señora Tarbes. Entonces, si lo has leído, no has comprendido, y viene a ser lo mismo que yo te decía. En cuanto a , soy de la opinión de los que, sin haberlo leído, encuentran que tiene talento. Diana estaba mortificada, pero Mabel d'Ornay triunfaba.