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»También se decía hacer soledad una persona o cosa, en equivalencia de apesadumbrar por su ausencia o falta. »¿Se usa aún hoy en tal acepción la palabra soledad? En España no recuerdo haberla oído; pero en Colombia todavía llaman soledades a los pesares amorosos causados por la ausencia. También decían, a secas, teñido, o teñida, de polvo.

Aldea, con animada frase, decía que la madre es disculpable muchas veces, y los hijos inocentes siempre. Con sencillas razones, sin artificio ni esfuerzo, demostraba que la severidad en las costumbres no debe ser rayana en la crueldad, y que, como más consolador, debía preferirse el perdón al desdén con que suelen mirarse en el mundo faltas que tienen mucho de desgracias.

, iré, es natural... tiene usted razón. Pero no veré a Ricardo.... ¿Por qué, Rodolfo? Te quiere mucho... desde niños fueron amiguitos. Si vieras... cuando estabas en el colegio, siempre que venía a vacaciones, o de paseo, no dejaba de visitarnos. Y nos decía: «Doña Pepita: yo quiero mucho a Rorró, mucho; somos muy buenos amigos; siempre andamos juntos. ¿Necesita algo?

Pero ¡quédese usted al menos! decía angustiado el espada . ¡Mardita sea!... No me deje usté solo. No sabré qué haser; no sabré qué desir.

Discutían los tres para demostrar que sólo lo que cada uno de ellos decía era la verdad, y me preguntaron mi opinión.

Pero no por marchar suavemente dejaba de murmurar la cristalina sierpe algunas cosas al oído de nuestra pareja. Al principio la condesa pensaba que decía siempre lo mismo. ¡Qué pesadez!

¡Voto al chápiro! dijo, ¡Irenillo! , contestó Sandoval, le he visto dentro hablando con las actrices. En efecto, el P. Irene que era un melómano de primer orden y conocía muy bien el francés, fué enviado por el P. Salví al teatro como una especie de policía secreta religiosa, así al menos lo decía él á las personas que le reconocían.

Mire usted decía si yo tuviera aquí una bomba Orsini... se la arrojaba sin inconveniente al señor Magistral cuando pase triunfante por ahí debajo. ¡Secuestrador! Calma, don Víctor, calma; esto es el principio del fin. Estoy seguro de que Ana está muerta de vergüenza a estas horas.

La cual pongo aquí, por haberme parecido aguda y conveniente a lo que se quiso reprehender en ella. Decía en este tenor: Premática del desengaño contra los poetas güeros, chirles y hebenes Diole al sacristán la mayor risa del mundo, y dijo: ¡Hablara yo para mañana!

Así fué descendiendo á las regiones inferiores, donde las tinieblas eran aún más densas. Braceó desesperadamente al sentir las primeras angustias de la asfixia, dando al mismo tiempo furiosas patadas en el ambiente líquido. Tenía la certeza de que iba á morir ahogado, y esto mismo comunicaba á sus fuerzas un nuevo vigor. ¡No quiero morir, no debo morir! se decía Edwin.