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D. Jacinto de la Mota jamás fue hipócrita ni falso en sus devociones, ni en la austeridad de su vida. Educado severamente, muy correcto en todo y guiado por el santo temor de Dios, cumplía con sus deberes, sin el menor asomo de jactancia.

Creían, aun los más allegados a la casa, que era incapaz de concebir una pasión viva y tierna. Acostumbrados a verla impasible cumpliendo los deberes domésticos con la regularidad de un reloj, les era forzoso un esfuerzo grande de penetración, que no todos pueden llevar a cabo, para adivinar la verdadera fisonomía moral de la primogénita de los Belinchón.

En este momento se mostró en la puerta la fisonomía inquieta de Bobart. Señor Aubry, le buscan á usted por todas partes.... La señorita Guichard le reclama.... ¡Anda! Ve á cumplir tus deberes, dijo Roussel cambiando una mirada con Mauricio. Mientras, tomaré el aire en el jardín. Hace aquí un calor terrible.

MÁXIMO. ¡Ah, pobre chiquilla! Lo que te anuncié... ¿Apuntan ya las seriedades de la vida, las amarguras, los deberes? ELECTRA. Quizás. Noto en tu rostro una nube de tristeza, de miedo... gran novedad en ti. ELECTRA. Quieren anularme, esclavizarme, reducirme a una cosa... angelical... No lo entiendo. No consientas eso, por Dios... Electra, defiéndete. ELECTRA. ¿Qué me recomiendas para evitarlo?

Mas en lo que toca al cumplimiento de las tareas que estaban encomendadas á su cuidado, bien puede decirse que ningún perro le ponía el pie delante. Era esclavo de sus deberes.

Sabía que continuaba viviendo en el estudio. Dos veces había ido á verla por la escalera de servicio, como en otros tiempos, pero ella estaba ausente. Al subir en el ascensor, palpitó su corazón con una celeridad de placer y de angustia. Se le ocurrió á la buena señora, con cierto rubor, que algo semejante debían sentir las «mujeres locas» cuando faltaban por primera vez á sus deberes.

En su lugar encontramos vana hojarasca oratoria; en vez del lenguaje del sentimiento, hinchada fraseología; en vez de la lucha entre el honor, y el amor, y los deberes filiales, tan superiormente motivada en la comedia de Guillén de Castro, una coquetería opuesta á aquellos sentimientos; en vez de la figura heróica de Rodrigo, que se refleja y desenvuelve en los hechos representados como si viviera, un charlatán ostentoso; nos vemos, por último, obligados á aceptar el juicio de la Academia francesa sobre El Cid, aunque considerándolo con muy distinto criterio.

No se consideraba así como una ligereza indecorosa que las personas viejas y las de cierta edad bailaran un poco antes de sentarse a jugar a los naipes; esto era más bien considerado como una parte de sus deberes oficiales.

Lo que yo puedo garantizar es que ni entonces, ni mucho después, cumplía con sus deberes religiosos. Si no un incrédulo, cuando menos era un tibio. Mi padre, que jamás ha querido mal a nadie, demostraba caprichosa inquina contra Belarmino. He aquí la razón. Mi padre, de su estancia en Compostela, estaba acostumbrado a moverse en un ambiente de ilustración, como decía él, o sea entre estudiantes.

La conversación con Pepe Castro, que tenía a su izquierda, era más animada. ¿Por qué no aconseja usted a Arbós que coma más carne? le preguntaba el lechuguino al oído. ¿Para qué? Para lo que se come carne generalmente; para nutrirse y adquirir fuerzas con que soportar las fatigas que nuestros deberes nos imponen.