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Era la Patria, la Justicia, la República, contemplando con sus ojos vagos y sin pupila á la hembra de carne y hueso que empezaba á temblar, dándose cuenta de su situación. ¡Yo no quiero morir!... gritó de pronto, abandonando sus seducciones, pasando á ser una pobre criatura enloquecida por el miedo . ¡Yo soy inocente!

Para las alegrías que en esta ciudad se hicieron por las bodas de Don Juan II con Doña María de Aragón, en 1420 se lidiaron toros se hizo un palenque para justar «ante la puerta del alcaçar do fasen el audiencia» ó sea en el espacio que ocupa actualmente la Plaza del Triunfo, pues, el lugar de las audiencias hallábase junto al arco de entrada al Patio de Banderas.

Su mayor placer era que las damas les diesen la mano. ¡Bendita guerra que les permitía acercarse y tocar á estas mujeres blancas, perfumadas y sonrientes, tal como aparecen en los ensueños las hembras paradisíacas reservadas á los bienaventurados! «Madama... Madama», suspiraban, poblándose al mismo tiempo de llamaradas sus pupilas de tinta.

Luego arrojó su corona riendo y agregó: Convenga usted en que soy buena. Convengo en ello y habría confesado además, si lo hubiera deseado, que no le faltaba su grano de coquetería; pero sin esto no sería mujer, y la perfección es odiosa: á las diosas mismas les era necesaria, para ser amadas, algo más que su inmortal belleza.

Era como la sombra de Leticia, desde que Pepe Guzmán se había decidido a ser la de Verónica...

En aquellos cerebros, tan limpios de malicia como de sindéresis, cerebros atiborrados de hojas de rosa, para ahuyentar las ideas, como si estas fueran cucarachas, no podía entrar la comparación entre los diez millones de renta del duque de Tal y los cincuenta mil reales del Director de Hacienda, aun suponiéndole Pez, y Pez grandísimo. Dejémoslas en paz.

Pero si preguntamos qué especie de superioridad ha dado al teatro alemán este tesoro inagotable de elementos poéticos, no dejará de ser aflictiva la respuesta.

Dijo el por moderaos hasta seis veces, subiendo gradualmente de tono, y la última repetición debió de oírse en el puente de Toledo. El otro José estaba muy aturdido con la bárbara charla del grande hombre, el más desgraciado de los héroes y el más desconocido de los mártires.

Le hablé de ti y viene dispuesto a favorecerte todo lo posible. Te hablará largo de tu pleito y de tu causa criminal, y poniendo las cosas en su verdadero lugar, te las hará ver claras y sin telarañas. No te asustes de su franqueza. Es un hombre que dice las cosas como las siente.

Los hechos están ahí consignados, clasificados, probados, documentados; fáltales, empero, el hilo que ha de ligarlos en un solo hecho, el soplo de vida que ha de hacerlos enderezarse todos a un tiempo a la vista del espectador y convertirlos en cuadro vivo, con primeros planos palpables y lontananzas necesarias; fáltales el colorido que dan al paisaje los rayos del sol de la patria; fáltales la evidencia que trae la estadística que cuenta las cifras, que impone silencio a los fraseadores presuntuosos y hace enmudecer a los poderosos impudentes.