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Usted con su carta ha hecho brillar esta terrible luz en mi espíritu. Poco a poco y sin darme cuenta de ello he ido cediendo a las imperiosas exigencias de la naturaleza y de la vida que de consuno reclamaban sus derechos.

Acaso me recibirían indiferentes y fríos. Regresé por donde había venido, y al azar, sin darme cuenta de lo que hacía, me interné en la ciudad, por las calles céntricas, camino de la plaza. Me detuve en el puente.

Mi padre, hermano menor de mi tío, había muerto joven, y mi madre al darme a luz. Ante la ley natural, a Dios gracias, mi tía no podía exigirme parentesco.

Me dolería en extremo quedarme entre los individuos de la humanidad decaída: y también me dolería, porque soy filantrópico, cariñoso y bueno, aunque me esté mal el decirlo, encumbrarme y darme tono entre los seres superhumanos, dejando a tanto cuitadillo prójimo mío cayendo lastimosamente y degenerando hacia la animalidad primitiva.

Quiero decir que, apenas hube reposado algún tiempo en el lecho, habiéndome despertado a medianoche, al instante se me ofreció con admirable claridad que Gloria no podía cometer una acción tan ruin por capricho. Podía abandonarme, entrar en amores con otro, coquetear, darme cordelejo y reírse.

En eso apareció Ricardo y preguntó: ¿Saldremos en los mismos caballos del otro día, no? Menos don Lorenzo que me decía que quería un caballo más grande que el overo. ¿Cuál le han ensillado, Baldomero? El tostado, don Melchor; es el más grande que hay... Grande y manso, le pedí; ¡no vaya a darme un potro! ¿Potro, dice, don Lorenzo?... Mire: ¡cuando ese caballo era potro usted no había nacido!...

Ya estamos en la realidad.... Bien, amiguito, doy a usted gracias por las noticias que me ha dado y las que aún ha de darme.... Salí de Villamojada al ponerse el sol. Dijéronme que adelante, siempre adelante.... ¿Va usted al establecimiento? preguntó el misterioso joven, permaneciendo inmóvil y rígido, sin mirar al doctor, que ya estaba cerca. , señor; pero sin duda equivoqué el camino.

Siguiólas don Quijote con la vista, y, cuando vio que no parecían, volviéndose a Sancho, le dijo: -Sancho, ¿qué te parece cuán malquisto soy de encantadores? Y mira hasta dónde se estiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contento que pudiera darme ver en su ser a mi señora.

Y bien Magdalena dijo con ternura, reflexiona, te lo suplico... Piensa que puedes darme una gran alegría... Apoyada en la abuela, que me tenía abrazada y bien apretada contra ella, prometí todo lo que ella quiso... Tengo, pues, seis días para descubrir si quiero o no ver al señor X... ¡Ah! llévese el diablo al señor X... y al notario con él... San José ha escuchado demasiado bien a la abuela...

Os digo en conciencia que es una bendición de Dios tener una mujer que todo lo vea en la casa, que todo lo arregle y que de vez en cuando le arree á uno cuando se haga tumbón. Ven acá, Clavel, no te marches sin darme un abrazo, que lo necesito como los chotos la teta.