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La ulterior decadencia intelectual de España no nace, pues, de la compresión del pensamiento por los inquisidores. Otras causas tuvo. Su investigación es ardua y prolija. Incurriendo nosotros en la misma falta, que si no censuramos, reparamos en el libro del Sr. Danvila, vamos hablando de todo en estos artículos y a D. Cristóbal de Moura nos le dejamos olvidado. Volvamos a él y recordémosle.

Donde empiezan mis dudas, a pesar o a causa de la circunstanciada y minuciosa relación del Sr. Danvila, es en la idea que debo formar del talento político que el rey D. Felipe mostró en los tratos, negociaciones, intrigas, rodeos tortuosos, lentitud y cautela con que vino al cabo a apoderarse de Portugal y a someter la completa extensión de nuestra Península bajo su dominio.

No creo yo que el Sr. Danvila tuviese el propósito de sostener una tesis o de seguir una tendencia al escribir Lully Arjona. Su propósito hubo de ser divertir e interesar, y esto me parece que lo ha conseguido. Yo al menos me he entretenido agradablemente leyendo su novela.

Por eso suele ponerse en la portada de esta clase de libros, aunque el Sr. Danvila no lo ponga, como aditamento al nombre del héroe y completando el título, ora y su tiempo, ora y su siglo, aunque ni el tiempo ni el siglo quedase muy descabalado o muy inexplicado si el héroe mentalmente se suprimiera. De todos modos, el libro del Sr.

El Sr. Danvila escribe sobre una de las épocas en que es más difícil para el historiador la imparcialidad previa, o sea escribir para contar y no para probar. La primera alabanza que debemos dar al Sr. Danvila, es porque consigue sobreponerse a todo prejuicio y retratar a los personajes, y narrar sus actos tales como fueron, dejando a los lectores que juzguen, califiquen y fallen.

Pero, como ya hemos dicho, en el extenso cuadro trazado por el Sr. Danvila, D. Cristóbal queda, y no puede menos de quedar, relegado a segundo y a veces a tercero o cuarto término. El cuadro encierra casi toda la historia de España y de Portugal desde 1538 hasta 1613.

D. Alfonso Danvila, joven tan inteligente como laborioso, que apenas cuenta aún veinticinco años, y que ya nos ha dado en su Don Cristóbal de Maura un extenso trabajo histórico de muy erudita y diligente investigación y de sana crítica, se ha hecho cargo sin duda de lo que acabamos de afirmar sobre nuestra indeleble fisonomía castiza, aun en la clase más extranjerizada, y ha compuesto y publicado la novela titulada Lully Arjona, la cual es, en mi sentir, muy española, aunque nos pinta y describe la vida, usos, costumbres, amoríos y demás pasiones de la clase susodicha.

En todo este elogio, no hay la menor censura sobre la moral de la reina, sino profunda admiración al buen éxito de sus empresas: envidia casi, no porque Felipe II hubiera sido más cruel y más tirano, sino porque fue menos hábil. La vida de D. Cristóbal de Moura, y por consiguiente, el libro del Sr. Danvila, se extienden aun algunos años por el reinado de Felipe III.

Reconozco, no obstante, que mi drama no hubiera sido tan aplaudido y celebrado a no ser por el mérito de los actores y de las actrices que me hicieron la honra de representarle. Fueron éstos la simpática señora doña Rosario Conde y Luque de Rascón, las dos señoritas doña María y doña Isabel de Valenzuela y los Sres. D. Alfonso Danvila, D. Javier de la Pezuela y D. Silvio Vallín.

Danvila viene a corroborar una vez más el concepto que yo tengo de este rey, contra el cual, durante su vida y después de su muerte, se han lanzado las más duras acusaciones y las más apasionadas injurias, sin que yo acierte a conceder que fuese menos benigno, más hipócrita o más desalmado entre multitud de otros monarcas, príncipes y magnates del Renacimiento.