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Las damas y señoritas ponían gran interés en las carreras, examinando el programa, las cotizaciones, los dividendos de las ya corridas, y pidiendo y dando «pálpitos» para las que iban a correrse.

Dando todas estas opiniones á conocer que los méritos de aquel hombre no fueron ciertamente ignorados para sus coetáneos, como con otros muchos ha ocurrido, á quien la posteridad ha tenido luego que vindicar.

El licor parecía repeler cierta torpeza mental que se reflejaba en la lentitud de sus palabras, dando nueva luz á sus ojos y mayor soltura á su lengua. Dejó de hablar en francés para preguntar en español: ¿De dónde es usted? He conocido por su acento que es americano... americano del Sur. ¿De Buenos Aires tal vez?...

Presente, mi capitán le dijo blandamente al oído. La joven se estremeció, volvió rápidamente la cabeza y, echándole una mirada torva, siguió contemplando en silencio el firmamento. Antoñico se apoyó á su lado en el marco de la ventana, y después de una larga pausa dijo en voz baja: Soy yo, el arrastrao, el sinvergüenza de Antoñico, que está dando las boqueadas como un pez fuera del agua.

Nada de esto merece contarse; pero lo merece muy mucho el fenómeno de que D. Felicísimo vio las paredes del cuarto dando vueltas en torno suyo, primero con lento giro, después con rapidez mareante.

Los dos muchachos besaron la mano de su señor, como si se despidiesen de él para la eternidad, y no supieron, en su turbación, dónde guardarse los billetes que les fué dando. ¡Estola y Pistola convertidos en soldados!... ¡Hasta á estos dos adolescentes los arreaban hacia la muerte!

¿Y qué es de la República que un dia Hizo surgir de entre la noche fria De esclavitud, un mundo colosal; La que dando patrióticas lecciones Fundó en el Continente tres Naciones Sobre el polvo del trono colonial?

Andrés sintió un enternecimiento singular, y antes de levantarse, buscó a tientas la mano de Rosa y la apretó suavemente. Cerca de terminarse la misa, Celesto comenzó a hender trabajosamente la muchedumbre arrodillada, dando a besar un escapulario.

Dia 31. Luego que amaneció me puse en marcha, y un poco antes de llegar á la ciudad, me salió á encontrar el Sr. Corregidor, acompañado de los reformados y demas nobleza del pueblo, tomando cada uno su respectivo lugar. Continuamos la marcha, entrando en la ciudad entre el inmenso gentío de todas clases, que con sus incesantes víctores y aclamaciones de Viva el Rey, y continuo disparar de fuegos artificiales, daban bien á entender su júbilo y alegria por el castigo de su comun enemigo: dando el último realce á esta general aclamacion el general repique de las campanas de todas las iglesias y conventos, y el no interrumpido estruendo de la artillería y fusilería; viéndome precisado á dar vuelta á la ciudad en esta conformidad, para contentar á un pueblo que acaba de seguirme con tanto honor en la campaña. De este modo entré en la Plaza mayor, en cuyo Ayuntamiento me esperaba y recibió su Cabildo, dándonos mutuos parabienes de la parte que cada uno habia tenido en el buen éxito de la expedicion. Concluidas estas precisas ceremonias, y entregadas en su almacen las armas, pertrechos, y municiones, y desfiladas las compañías, me retiré

Cerraba la tienda y se establecía en el puente, sin cuidarse del mal tiempo, perorando ante un gran grupo, asustando a los pobres hortelanos con sus exageraciones y mentiras, dando noticias que, según él, acababa de remitirle el gobernador por telégrafo y con arreglo a las cuales, antes de dos horas no quedaría en la ciudad piedra sobre piedra y hasta el milagroso San Bernardo iría a parar al mar.