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Y Maltrana describió la fiesta íntima en el fumadero después del baile, cuando las graves damas con sus hijas se habían retirado a los camarotes y sólo quedaba en la cubierta algún que otro señor entregado a su paseo habitual antes de irse a la cama.

Muy estiradito siempre, eso ; muy atento a sus guantes, a su corbata, a su pie pequeño, resultaba grato a las damas, sin interesar a ninguna; tolerable para los hombres, algunos de los cuales verdaderamente le estimaban.

Teniendo numerosas relaciones, las conservaba como si hubiera sido un deber de Estado; juzgaba haber cumplido ampliamente los deberes de caridad que le incumbían cuando había inscripto su nombre en la lista de las damas del patronato de todas las obras que podían gloriarse con su ilustre presidencia.

Esos mismos que en noviembre venden ruedos o zapatillas de orillo, en julio venden horchata, en verano son bañeros del Manzanares, en invierno cafeteros ambulantes; los que venden agua en agosto, vendían en carnaval cartas y garbanzos de pega y en navidades motes nuevos para damas y galanes.

Había las mayores razones, además, para entrar en la casa cuanto antes, pues la nieve comenzaba a caer, amenazando con un viaje desagradable a los invitados que estaban aún en camino. Estos constituían una pequeña minoría, porque ya la tarde comenzaba a declinar y no tardarían en llegar las damas que venían de mayores distancias.

Los castillos encantados de los libros de caballería, con sus damas, enanos, salones, subterráneos, hechizos y todas sus locuras, son un informe agregado de partes muy reales que la imaginacion del escritor componia á su manera, sacando al fin un todo que solo cabia en los sueños de un delirante.

Don Jaime quedó, pues, reducido a pasar las horas mirando jugar al tresillo y dando a los jugadores consejos que no le agradecían. Los gananciosos solían pagarle la copa de ron. Una que otra vez jugaba a las damas con don Lorenzo, y como éste se negaba rotundamente a seguir la partida sin interés, preciso era que Marín arbitrase alguno que no fuese metal precioso.

Saludó de lejos á varios conocidos que se incorporaron deseosos de entablar conversación, fingió no ver á ciertas damas que le sonreían, moviendo la cabeza para llamarle, y entró en un segundo ascensor, hundiéndose de nuevo en la tierra. Este subterráneo era curvo y sus paredes decoradas con pinturas pompeyanas. Se extendía por debajo de dos hoteles y sus jardines.

Detrás de él marchaban, lo mismo que un séquito, sus amigos, sus parásitos brillantes, varias damas invitadas, toda su corte. Habían entrado en el Casino.

Usaba don Pompeyo en casa bata de cuadros azules y blancos, en forma de tablero de damas. Acogió a los comisionados con la amabilidad que le distinguía y ocultando mal la sorpresa. «¿A qué vendrían aquellos señores? ¿Querrían darle alguna broma? No lo esperaba». De todos modos el ver allí al hijo del marqués de Vegallana le inundaba el alma de alegría, aunque él no quisiera reconocerlo.