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En bateles del país, empavesados con vistosos gallardetes y flámulas multicolores, y defendidos de los ardores del sol por elegantes toldos, los convidados fueron a tierra, donde había para las damas dos soberbios palanquines llevados por robustos negros; para Morsamor y Tiburcio, hermosos caballos árabes ricamente enjaezados; y para el piloto, el comisionista y el fraile, sendos pollinos tordos y lustrosos, con primorosas albardas, de las que pendían caireles y flecos de seda y con las cabezadas y jáquimas de seda también, alegrando los oídos el sonar de los cascabeles de plata que había en los pretales, y alegrando la vista los relucientes y airosos penachos que descollaban muy por cima de las largas y puntiagudas orejas.
El padre se la retiró bruscamente con visible desagrado. Y otra vez subieron a la tribuna varias damas y caballeros, y ejecutaron, en toda la extensión de la palabra, algunas melodías religiosas de Gounod. Al fin salieron del oratorio todas aquellas almas beatas y se dirigieron al salón.
Las damas se dirigieron á la puerta. El clérigo se dió un golpe en la frente como quien recuerda una cosa importante, y dijo á doña Paulita: ¡Ah! señora mía, si tuviera usted la bondad de hacerme un favor.... ¿Qué, señor don Silvestre? Que se dignara usted repasar un sermón que he escrito y voy á predicar en San Antonio el 17 de Enero.
Cállate, niño, cállate. Así es como se visten las damas, sí en verdad respondió el padre, que agregó, sin embargo, a media voz, dirigiéndose al señor Macey . La verdad es que eso le da un aspecto singular. Casi se parece a una botella de cuello corto con una gran pluma adentro. Ahí tenéis, a la fe mía, al joven squire que comienza a bailar con la señorita Nancy. Esa sí que está a vuestro gusto.
Espinel, en su Sátira contra las damas de Sevilla, tratando de las doncellitas de su tiempo: «Luego les duele el hígado y el bazo; luego piden las paxaras del ayre....»
La sala estaba brillante: las damas más encopetadas, los hombres ilustres de la política, la literatura y la banca; en fin, la high life, como ahora se dice.
Acicalado, perfumado y siempre de veinticinco alfileres, aunque bizarro militar, tenía más trazas de Cupido que de Marte. No creo que tuviese ilusiones, ni que soñase, como su amigo el doctor. Don Jaime iba al grano. Buen mozo, audaz y discreto, había tenido ya varios éxitos ruidosos con damas elegantes, y tres o cuatro desafíos, en los que siempre había quedado vencedor.
Pasaron, y con ellos tus zambras, tus cantares, tus damas, escondidas en el celoso haren, de encantos y proezas tus cuentos singulares, tus amorosas pláticas en rejas y alfeizares, y en la callada noche los sueños de tu eden.
Y señaló disimuladamente el grupo de damas en el cual algunas las más viejas, volvían sus ojos hacia Maltrana, como invitándole a aproximarse. Yo tengo mi público, y como todo hombre notable, tengo también mis enemigos y detractores. No puedo aproximarme a las nobles matronas y cambiar con ellas un saludo, sin que alguna me diga: «Cuéntenos algo.
Conchita era menos bondadosa, y pasaba con manifiesta hostilidad entre los grupos que obstruían este pedazo de cubierta perteneciente a todos. Las damas vestidas por los grandes modistos de París tenían miradas de burlona conmiseración para sus trajes de gusto madrileño y manufactura casera.
Palabra del Dia