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Era un estribillo abrumador... Chirris... entrada del individuo con su puro de estanco en la boca... después pum y otra vez chirris... El amo saludaba desde el mostrador a algún parroquiano que le caía cerca. Los más gustaban de que se les sirviera el café sin ninguna tardanza, y daban palmadas si el chico no venía pronto.

Del fondo de una sombría arcada, practicada bajo las murallas, el agua agitada salía como arrojada por un monstruo, y en la negra profundidad del antro abierto distinguíamos vagamente pilotajes musgosos, ruedas medio dislocadas que daban vueltas torpemente como ala rota de gigantesco pájaro, y palas que se sumergían en el torbellino produciendo cada una su pequeña cascadita.

El vacío que habían dejado los terminados recuadros daban un aire de abandono, de soledad, de tristeza solemne. Beatriz permaneció allí hasta la caída de la tarde pensando en cuanto una grande inteligencia, una grande alma dejara allí de su pensamiento, de dolores. Se sirvió la comida.

Otros dos hombres perversos, Romano y Sebastian, padre é hijo, cada uno de ellos peor que el otro, se declararon hereges antropomorphitas, de los que daban á Dios cuerpo negando la universalidad de su presencia; salió á la defensa de la verdad el intrépido y santo abad Sanson, y fué por Hostegesio perseguido.

La ocurrencia se celebró mucho y esto volvió el humor a aquel dañino animal. Supo contestar tan bien a la vaya que le daban sus amiguitas, que aquella tarde ganó fama imperecedera de cazurro y de pícaro. Moro se sentó al lado del conde, y mientras comían no cesó de inculcar en su alma la ventaja de traer al palacio de Granja una mesa de billar.

Más tarde, la desobediencia entraba en la ciudad misma; últimamente, hombres armados recorrían las calles a caballo disparando tiros, que daban muerte a algunos transeúntes.

Maltrana se despidió de Castillo junto a la verja divisoria de clases, frontera inviolable que partía en dos Estados diversos el microcosmos flotante. Arriba, en la cubierta de paseo, encontró a Fernando junto a una de las ventanas del salón que daban luz a la plataforma interior, ocupada por el piano. Quiso hablarle Isidro, pero su amigo se llevó un dedo a los labios imponiendo silencio.

Sus miembros eran invariablemente Visita y un primo suyo. Visita, por economía, y porque le daban asco el pastelero y el confitero, fabricaba por su cuenta, y bajo su dirección, los hojaldres, los almíbares, todo lo que podía hacerse en su cocina. Después resultaba que en su cocina no se podía hacer nada. ¡El pícaro humo! El casero, que no ensanchaba el horno... ¡diablos coronados!

D. Alvaro le prometió 500 ducados en dinero y 200 de renta. Hiciéronse muchos alambiques y henchíanlos de agua de la mar y les daban fuego, y destilaba agua dulce y muy buena, sana, sin ningún sabor de sal. Hacía 40 barriles della, que bastaban á dar ración á 700 hombres.

Dijo con tal soltura y con tal aplomo estas palabras Cristóbal Cuero, que Montiño se desconcertó, dudó, vaciló y empezó á ver las cosas de distinto color. ¿Pero para qué se daban esos hechizos á su majestad? Oíd, señor Francisco: la mujer que tales hechizos toma, se vuelve lo más obediente del mundo para su marido.