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Cerca de la fuente, en las piedras, y en los troncos viejos, se daban algunos que parecían plumas, cintas de seda, tiras de raso. Concluída la obra, corríamos a oir el fallo de las señoras. Para la enferma eran mejores los míos; para tía Pepa los de Angelina eran los más bonitos.

En los animados corrillos todo era risas, chacota, correr de aquí para allá. Las muchachas saltaban; los mozos corrían en su persecución; los chiquillos, vestidos de harapos, daban volteretas, y sólo los asnos se mantenían graves y reflexivos en medio de tanta inquietud y algarabía.

Unos aclamaban á la Revolución social; otros daban vivas á la República; algunos gritaban ¡viva España! ante las inscripciones en vascuence, viendo en estas loas á la Señora de Vizcaya un hipócrita insulto á la integridad nacional. Era una amalgama de todos los odios contra aquella Bilbao dominada por la Compañía de Jesús y formada á su imagen.

La lluvia de la noche, bien que breve, había hecho descender la temperatura y del suelo húmedo se alzaba un vaho saturado de emanaciones olorosas, que daban particular densidad a la atmósfera. Podía decirse que el aire estaba «gordo» y así se veía a la distancia denso y violáceo como una tenue niebla invernal en pleno estío.

Trocó los teatros en púlpitos y despidió á los hombres de sus representaciones más corregidos. El argumento y materia daban las tragedias del mundo y los desastrados fines de la vanidad; era el fin de ello no engañar ó entretener el tiempo, sino desengañar las almas y remediarlas. Sandoval, Historia de Carlos V. Calvete, Viaje del príncipe D. Felipe.

Daban las ocho en el reloj de las iglesias de Estella, cuando Martín oyó dos golpecitos en la puerta, Martín contestó del mismo modo. ¿Eres tu, Martín? preguntó Catalina en voz baja. , soy yo. ¿No nos podemos ver? Imposible. Yo me voy a marchar de Estella. ¿Querrás venir conmigo? pregunto Martín. ; pero ¡cómo salir de aquí! ¿Estás dispuesta a hacer todo lo que yo te diga? Si.

Soltero, rico, apasionado por lo bello, buen poeta á sus horas, unido en amistad con todos los pintores notables y literatos célebres de París, Pedro Vesín había hecho de su casa un brillante centro, en el que se daban cita, los domingos, todos los aficionados de buen gusto y los artistas distinguidos. Las comidas de la calle de Matignon eran célebres.

Podían también penetrar en su alma; con frecuencia, por la mañana, trataban de impulsarle al suicidio y le daban consejos sobre el mejor modo de realizarlo; una vez le habían aconsejado que rompiese un cristal de la ventana y con uno de los pedazos se cortase la arteria del brazo izquierdo por encima del codo. El doctor Chevirev no ignoraba que Petrov era perseguido por numerosos enemigos.

Cada semana daban, dos o tres días, ración de carne, o conforme el pueblo podía, y en los demás les daban menestras o carne en las faenas, particularmente a los muchachos y muchachas, a quienes siempre les daban cocida la comida; y en los años estériles, en que no recogían lo preciso en sus chacras, les repartían de la comunidad lo necesario para que no padeciesen; y lo mismo hacían con el vestuario, al que ocurrían conforme la necesidad pedía.

Parecióle muy pronto estrecho el campo de sus operaciones y extendió su radio hasta el Bajo; allí entre las toscas y bajo los sauces, se daban batallas a pedradas y rara era la vez que no sacaba alguno de la banda soberbia magulladura.