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Y esas gentes incansables, impasibles en sus fisonomías, indiferentes á todo, bailaban y daban vueltas y vueltas con la mecánica uniformidad de la rueda de una máquina.

Mas cosas les por mis oidos, Que un poco de su lengua ya entendia, Gritaban, daban voces, alaridos, Con su grita la tierra estremecia. Cual indio la perneta, cual fingidos Motines y ademanes, cual hacia Que cae en tierra triste y desmayado, Y en un punto veréisle levantado.

Y al decir esto avanzaba hacia el inspector general y le tendía gentilmente la mano la propia señora Liénard, que vestía una vaporosa falda de muselina y un cuerpo de lo mismo en forma de blusa que le daban una suprema elegancia. Inclinándose Delaberge contestó lo mejor que supo al apretón de aquella pequeña mano un poco tostada por el sol y después se excusó de lo descuidado de su traje.

Cuando salían de esta angostura, llegando a la plaza de San Francisco, frente a los palcos levantados en el palacio del Ayuntamiento, los «pasos» daban media vuelta hasta quedar de frente las imágenes, y saludaban con una genuflexión de sus portadores a los extranjeros ilustres y personas reales venidos para presenciar la fiesta. Junto a los «pasos» marchaban mozos con cántaros de agua.

Y como el profesor era menos temible que el otro, descargó en él su indignación. ¡Pensar en batirse por unas nonadas, cuando millones de hombres daban su sangre por grandes ideales!... Y él, que había recordado tantas veces como acciones heroicas sus trabajos de padrino, hizo un gesto repelente, lo mismo que si le propusieran algo contra su honor.

En el hogar, saliente y no empotrado en la pared, alegraban la vista con sus llamas y daban grato calor la pasta de orujo, los secos sarmientos y la leña de encina y de olivo. Abundaban allí los muebles cómodos, y nunca faltaba, por lo menos, una mesa de tresillo. De diario eran tertulianos constantes el padre Anselmo y don Andrés.

Manín para aquí, para allá: el grosero aldeano se había hecho famoso no sólo en Lancia, sino en toda la provincia. Aquel calzón corto, aquella media blanca de lana con ligas de color, chaqueta de bayeta verde y sombrero calañés, le daban un aspecto original en la ciudad, donde por milagro se veía ya un hombre con este arreo.

Daban los nueve y la noche estaba profundamente oscura cuando llegábamos á la pequeña villa de Woerth, todavía distante una hora de la hacienda del Sr. B , y nos fué forzoso detenernos. Confieso que no lo sentí mucho, porque tuvimos ocasion de observar algunas escenas curiosas que nos dieron una ligera idea de algunas de las costumbres de las poblaciones semi-judáicas que habitan el canton.

Ya mis muchachos se habían armado de piedras, y daban tras las verdureras, y descalabraron dos. Vino la justicia, prendió a berceras y muchachos, mirando a todos qué armas tenían y quitándoselas, porque habían sacado algunos dagas de las que traían por gala y, otros espadas pequeñas. Unos se fueron por una parte y otros por otra, y yo me vine a mi casa desde la plaza.

Los dos balcones del despacho daban al jardín y, a través de los listones de las persianas caídas, se veía una pequeña estufa con plantas de flores costosas, destinadas a morir en los búcaros de un gabinete o prendidas en el pecho de una mujer bonita.